miércoles, 30 de marzo de 2022

Nietzsche: El superhombre Para comprender adecuadamente la doctrina de Nietzsche acerca del superhombre es importante tener en cuenta que este personaje aparece casi exclusivamente en Así habló Zaratustra y en La genealogía de la moral. Después de estas obras Nietzsche deja de nombrarlo salvo en alguna ocasión muy anecdótica, y, en su lugar, habla de “aristocracia” o utiliza otros términos más comunes. También se refiere de nuevo al superhombre en Ecce homo , donde se sorprende que de que alguien hubiera relacionado a este personaje, producto imaginario del propio Nietzsche, con Parsifal, rendido al cristianismo, y quiso corregir tal barbaridad indicando que el superhombre podía, si acaso, relacionarse con César Borgia. Tiene cierto interés señalar que en esta misma obra, donde Nietzsche se refiere brevemente a cada una de sus obras anteriores, al referirse a Así habló Zaratustra, no volvió a mencionar al superhombre -excepto en el caso indicado-, pero, teniendo en cuenta el enorme valor que le había dado en aquella obra, resulta muy llamativo que no hiciera referencia alguna al superhombre y sólo se refiriese al eterno retorno, diciendo que dicha doctrina era el núcleo de aquella obra. Es bastante sintomático de su sensación de desacierto por el uso del término superhombre que, después de Así habló Zaratustra, donde Nietzsche había hablado con entusiasmo y exaltación del superhombre, de pronto dejase prácticamente de utilizar dicho término, excepto en las ocasiones mencionadas, y en su lugar emplease otros más normales, como el de “aristocracia”, cuyas cualidades son las anteriormente atribuidas al superhombre. Por ello, para entender el concepto del superhombre, deshaciendo el misterio que podía rodear a este personaje por su manera tan especial y en cierto modo críptica con que Nietzsche se había referido a él en aquella obra, no hay que buscar nada más en relación con aquel término después del Zaratustra y de La genealogía de la moral, sino, si acaso, en relación con todo lo que se corresponda con esa aristocracia que aquí nombra, pues, dejando de referirse a ese superhombre como un ser especial que haya de venir, como el Mesías, anunciado por Juan el Bautista , se refiere a una selección de seres humanos especialmente valiosos, alejados de cualquier sometimiento religioso o moral, con sus valores vitales autónomos en favor de la vida terrena y muy contrarios a los antivalores de la plebe. Posiblemente en Así habló Zaratustra Nietzsche utilizó el término “superhombre” (Übermensch) por el hecho de que toda esta obra está escrita con un tono poético y simbólico, nombrando a otros personajes de manera igualmente simbólica. Posteriormente, quizá llegó a disgustarle ese término, tal vez porque comprendió que le daba un cierto aire de personaje esotérico y misterioso, y volvió a referirse a él utilizando términos plenamente usuales y comprensibles para cualquiera, como en especial el de “aristocracia”. En sus últimos años lúcidos –aunque, al parecer, no tan lúcidos en algunos momentos- Nietzsche relacionó el valor de la vida con la superación del hombre, luchando por alcanzar una forma más plena de existencia, la cual quedó plasmada en su ideal del “superhombre”, para cuyo advenimiento juzgó deseable o incluso en algún momento como un extraño deber (!) el propio sacrificio y el de la humanidad entera: “…la humanidad como masa sacrificada a la prosperidad de un tipo humano individual más fuerte sería un progreso…” . Este ideal no era nuevo en sentido estricto, pues a lo largo de su obra en cierto modo Nietzsche ya se había referido a él en la serie de ocasiones en que había hablado de los “señores” o los “nobles”. Pero fue en Así habló Zaratustra (1883-1885) cuando se refirió a un ideal muy próximo al representado por aquellos otros términos, sirviéndose en esta obra del término “Übermensch”, traducido normalmente al castellano como “superhombre”. El superhombre hace referencia al hombre que - ha superado el nihilismo derivado de la “muerte de Dios”, convirtiéndose en su propio dios y en el creador de sus propios valores, - ha rechazado los valores impuestos del cristianismo, negadores del valor de la vida terrena, y los de cualquier otra religión o moral; y finalmente - ha llegado a asumir, con “amor al destino” (amor fati), la doctrina del eterno retorno de todas las cosas, en lo más grande y en lo más insignificante, en cada una de sus vivencias, y en cada una de sus alegrías y tristezas. Pero, además de esas cualidades, la extraña cualidad que Nietzsche le atribuye es la de ser merecedor del sacrificio de los hombres inferiores, que deberán ser sacrificados como esclavos o incluso inmolados a fin de que el superhombre pueda alcanzar sus más altos ideales, “su tarea superior”. El texto siguiente, casi al comienzo de Así habló Zaratustra, simplemente contrapone el ser del hombre al ser del superhombre, considerando al hombre como un ser imperfecto cuya plenitud vendrá dada por el superhombre, que debía ser “el sentido de la tierra”, añadiendo la exhortación a que los hombres dejen de creer en “esperanzas ultraterrenas”. Escribe en este sentido: “El hombre es algo que debe ser superado. [……………….…] El superhombre es el sentido de la tierra [………………….] ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra, y no creáis a quienes os hablan de esperanzas ultraterrenas!” . En este pasaje y en otros similares Nietzsche contrapone el ideal de la vida terrena, propio de la moral de señores, al de la supuesta vida ultraterrena, propio de la moral de esclavos del cristianismo, y el de la aspiración al advenimiento del superhombre puede contraponerse al de la esperanza cristiana en la nueva venida de Cristo como juez y como rey triunfal. Tal aspiración muestra igualmente el anhelo de que finalmente la moral de señores triunfe sobre la moral de esclavos, en cuanto ésta representa un desprecio a la vida terrena, la que realmente tenemos, frente a la mítica vida del “más allá”. No obstante, en los diversos pasajes de la obra de Nietzsche en que se hace referencia directa o indirecta al superhombre hay al menos dos maneras de referirse a este personaje: En una de ellas aparece como un ser que de algún modo rompe con lo que es la realidad humana, mientras que en la otra aparece sólo como una superación que no implica una ruptura ni la aparición de un nuevo ser diferente del humano. Así, en el primer sentido, por lo que se refiere a los momentos que pudieron originar las bases del pensamiento de Nietzsche acerca del superhombre podemos encontrarlos en un texto de sus primeros años como filósofo, cuando escribió El origen de la tragedia y sentía una especial admiración por R. Wagner. El texto en cuestión anticipa claramente la idea del superhombre, aunque sin exponer detalladamente en esos momentos cuáles serían las cualidades con que más adelante lo adornaría. Dice lo siguiente: “Usted [señor Wagner] sabe que repudio y aborrezco esa noción errónea de que el pueblo, cuando no el Estado, ha de ser un “fin en sí mismo”; pero me repugna en no menor grado buscar el fin de la humanidad en el porvenir de ésta. Ni el Estado ni el pueblo, ni tampoco la humanidad, existen por sí; el fin está en sus cúspides, en los grandes “individuos”, los santos y los artistas, es decir, ni en un futuro ni en pasado alguno, sino en un plano extratemporal. Este fin apunta decididamente más allá de la humanidad” . Con la expresión “más allá de la humanidad” Nietzsche intensifica la idea de lejanía que existiría entre esos “grandes individuos” y el resto de la humanidad, lo cual no significa que en sentido real se estuviera refiriendo a ninguna especie no humana, surgida como superación y ruptura con el hombre. Igualmente, cuando escribe “en un plano extratemporal” parece querer decir que no es cuestión de tiempo el que esos grandes individuos aparezcan, sino que aparecen ya, de tarde en tarde, aunque no sea en su plenitud, y habría que darles todas las oportunidades para desarrollarse y dar de sí todo lo que potencialmente estuviera en ellos como grandes hombres, como genios o artistas del tipo que fuera. Tal propuesta, sin duda alguna, estaba muy alejada del ideal de quienes defendían la igualdad entre los seres humanos y se encuentra igualmente alejada de la doctrina de la ética kantiana según la cual el hombre, todo hombre, es un fin en sí mismo y no un mero instrumento. Sin embargo, desde la defensa del valor de lo “aristocrático”, considera Nietzsche que el fin se encuentra en los “grandes individuos” –entre los cuales menciona a los santos y a los artistas-. La defensa de los “artistas” la hizo especialmente porque, ya en aquellos momentos, sentía el arte –y de manera muy especial la música de una manera muy intensa como el camino y la solución al nihilismo surgido a raíz de la “muerte de Dios” y de los aspectos más negativos de la vida, y también porque en aquel tiempo admiraba profundamente la música de R. Wagner , a quien iba dirigido ese escrito. La defensa de los “santos” resulta ambigua en cuanto no sabemos a quién se refería con ese término. Quizá estuviera pensando en hombres a quienes les resultaba imposible la vida junto a la “plebe”, ocupada casi exclusivamente en los problemas de la subsistencia diaria o en cuestiones sin apenas valor como cultura. Podría tratarse de personas que se retiran a una ermita o a su forma particular de soledad para vivir una vida más interior, más alejada del “mercado” –tal como se refiere a ellos en Así habló Zaratustra- y más en disposición de ser iluminados y orientados en su vida por una manera de ver y de apreciar la realidad todavía dentro de una perspectiva religiosa en cuanto, al igual que el ermitaño de Así habló Zaratustra, todavía no se han enterado de que “Dios ha muerto”. Además de “santos” y “artistas” de manera genérica, si hubiera querido ser más explícito, evidentemente hubiera incluido a algunas personas concretas a quienes, si no llegó a considerar como superhombres, sí admiró como hombres auténticamente especiales, muy por encima de la masa, tales como Heráclito de Efeso y Empédocles de Agrigento, con cuyo pensamiento se sintió especialmente identificado; tal vez Aristóteles, otro gran genio filosófico y enciclopédico de la antigüedad griega; César Borgia, que no tuvo escrúpulos en despreciar cualquier supuesto “deber” y en hacer lo que realmente quiso, sirviendo de inspiración a Maquiavelo; Maquiavelo mismo, justificando los medios para obtener un fin deseado y tomando como modelo al propio César Borgia; B. Spinoza, a quien consideró como un alma gemela; J. W. Goethe, dedicado a la política, a la literatura y a la ciencia, amando la vida terrena en la que encontró la única religión asumible; tal vez A. Schopenhauer, a quien admiró como filósofo, a pesar de las críticas de Nietzsche por su pesimismo nihilista; W. A. Mozart, L. van Beethoven y R. Wagner, cuya música admiró profundamente -al menos hasta que compuso Parsifal-; Napoleón, por su genio militar y por su inteligencia, valor y “voluntad de poder”, expresada en su toma de decisiones tendentes a la unificación de Europa; y algunos otros “espíritus libres”. Pero su propuesta resulta realmente sorprendente y asombrosa en cuanto en ningún momento explicó por qué llegó a considerar en algún momento que la humanidad o una parte de ella debería sacrificarse o ser sacrificada para el advenimiento del superhombre, por muy extraordinario que éste fuera, teniendo en cuenta además que ya en esa misma obra, Más allá del bien y del mal, había criticado por completo la moral –y, por ello mismo, la idea del deber como una imposición que el hombre tuviera la obligación absoluta de obedecer-, por lo que el deber de sacrificarse por lo que fuera no podía tener sentido alguno. Es posible que su deseo de que este ser ideal se hiciera realidad le llevase en ocasiones a expresarse utilizando el lenguaje de la moral -como cuando escribe “…Su creencia fundamental tiene que ser cabalmente la de que a la sociedad no le es lícito existir para la sociedad misma”-, aunque sin pretender, tal vez, dar a esa frase un sentido moral. De hecho, son más las ocasiones en que, en lugar de hacer referencia a un supuesto deber de sacrificarse, habla más del anhelo de que el superhombre aparezca ya, convirtiéndose en una aspiración compartida con los demás, como cuando escribe: “Yo amo a quienes viven para el conocimiento y tratan de saber, para que algún día llegue a existir el Superhombre. Y es así como quieren su propio ocaso. Yo amo a quienes trabajan e inventan para construir al Superhombre su morada, y preparan para su venida la tierra, los animales y las plantas, y dan para eso incluso su vida” . En bastantes ocasiones, al proclamar su anhelo por la llega-da del superhombre, relaciona esta posibilidad futura con la necesidad del “sacrificio” personal y el del prójimo, aunque sin explicar qué beneficio iba a representar tal sacrificio para quienes tenían que realizarlo o para el mismo superhombre: “Mi exigencia: crear seres que estén muy por encima de la especie “hombre”: y a esta meta sacrificarme a mí mismo y al “prójimo” ” . La ilusión por el advenimiento del superhombre iba unida a la toma de conciencia de la “muerte de Dios”, la cual había con-ducido al nihilismo. Por ello la superación del nihilismo implicaba la superación del vacío dejado por la “muerte de Dios”. En el pasaje que sigue, a fin de destacar la importante ruptura con el pasado que debe suponer el superhombre, vuelve a presentarlo como la alternativa a los dioses de las religiones, esos dioses que han muerto o que deberían haber muerto ya en la conciencia de los hombres, gracias, entre otros motivos, a la valentía y a la veracidad de algunos: -“ ‘Muertos están todos los dioses; ahora queremos que viva el superhombre!’ ― ¡Sea ésta alguna vez, en el gran mediodía, nuestra última voluntad!” . 1. El superhombre como continuidad superadora de la especie “hombre” Del mismo modo que a lo largo del proceso evolutivo el “hombre” había representado, al menos en cierto sentido, la superación de las especies animales anteriores, el “superhombre” representa para Nietzsche la anhelada superación del “hombre”, aunque no por una nueva especie biológica, sino por una nueva forma de ser del hombre y de encarar la vida, desenmascarando la mentira de la existencia de un Dios a quien el hombre había estado ilusoriamente esclavizado, superando el nihilismo derivado de la toma de conciencia de la desaparición de aquel ídolo, dirigiendo la propia vida desde una voluntad absolutamente autónoma, sin estar sometida a normas y valores ajenos que tuvieran que regirla, sin buscar “tras las estrellas” –en el supuesto “más allá” del cristianismo- razón alguna para encontrar sentido a la propia vida, y asumiendo con entusiasmo el eterno retorno, en cuanto representa la plena afirmación de la vida por la eterna repetición de todos los momentos del Universo y, en especial, los de la propia vida. Por lo que se refiere a la relación entre el hombre y el superhombre, escribe Nietzsche: - “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre: ―una cuerda tendida sobre un abismo […] Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre” . En este pasaje Nietzsche compara el sacrificio de quienes “buscan tras las estrellas alguna razón para desaparecer o inmolarse” con el sacrificio de quienes “se ofrendan a la tierra misma para que algún día ésta sea del superhombre”. Es decir, parece que, con su utilización del término “sacrificio”, haya querido jugar -como lo hace en tantas ocasiones- comparando el absurdo y supuesto sacrificio de Jesús por la redención de los hombres o por el advenimiento del “reino de Dios” con el sacrificio de los hombres por la llegada del superhombre. Pero es evidente que ninguno de estos sacrificios tiene sentido alguno, que ambos sacrificios habrían sido igualmente absurdos, y que Nietzsche quiso sustituir, como en una especie de juego burlón, un sacrificio por el otro, pero sin reparar en que, si el supuesto sacrificio de Cristo era absurdo, el sacrificio de la humanidad para el advenimiento del superhombre era igualmente absurdo, y parecía en el mejor de los casos un simple ejemplo de su constante afición a utilizar los textos bíblicos, inspirándose en ellos, pero con la intención de darles un nuevo sentido, radicalmente contrario al original. 1.2. El superhombre y la esclavitud Con la referencia a este sacrificio, aunque en uno de estos pasajes llega a hablar de quienes para tal objetivo “dan para eso incluso su vida” , en líneas generales lo que Nietzsche pretende decir es que la masa, en cuanto no está capacitada para los auténticos [?] valores culturales, debería sacrificarse convirtiéndose en esclava, al estilo griego aristotélico o algo similar, encargándose de las tareas materiales que permitan que el superhombre -o la aristocracia- pudiera realizar sus tareas especialmente nobles, relacionadas con el arte, la ciencia, la filosofía y la actividad política. Es muy probable que el conocimiento de Aristóteles y de la cultura griega en general influyese en Nietzsche para que éste llegase a considerar la esclavitud como una institución realmente natural en cuanto, al igual que sucedía en Aristóteles, consideraba que había un abismo por lo que se refiere a las capacidades intelectuales y de sensibilidad respectivas de la masa y del superhombre, de manera que la esclavitud de la masa era muy conveniente para la aristocracia, aunque no lo fuera tanto para la propia masa, en cuanto Nietzsche no valoraba a la masa por ella misma sino sólo como un medio, de manera que no entendió esa esclavitud de un modo similar al de Aristóteles, según éste la explica en Política I, 3-7, o al que se refleja en la Odisea cuando Odiseo se dirige a su esclavo Eumeo diciéndole: “¡Ojalá, Eumeo, fueras tan querido a Zeus Padre como lo eres para mí…” . Pues, en efecto, Nietzsche estuvo muy lejos de entender la esclavitud que propugnaba para la masa de un modo tan humanitario como el que sugieren las palabras de Odiseo dirigidas a su esclavo Eumeo, pues en caso contrario no habría tenido sentido que en relación con dicha masa hubiera hablado del “sacrificio de un sinnúmero de hombres, los cuales […] tienen que ser rebajados y disminuidos hasta convertirse en hombres incompletos, en esclavos, en instrumentos” . Aristóteles había defendido la esclavitud como una institución natural hasta llegar a considerar al esclavo como una parte de la familia . Sin embargo, esto no impidió a Aristóteles estar de acuerdo con la civilización griega, al considerar al esclavo como una propiedad del señor . El motivo fundamental por el que el esclavo debía serlo lo relacionaba con la insuficiencia de su capacidad racional, que le impedía dirigir su vida de manera adecuada, por lo que necesitaba de alguien mejor dotado que pudiera dirigirla . Sin embargo y desde el punto de vista de Aristóteles, esta relación asimétrica entre señor y esclavo e incluso la consideración del esclavo como una propiedad del señor no debía implicar nada negativo respecto al esclavo, sino que, por el contrario, en cuanto el esclavo “es como una parte viva del cuerpo del señor, aunque separada”, “existe un interés común, una recíproca benevolencia” . La mayor utilidad del esclavo para su señor consistía en que, al ocuparse de los trabajos y tareas de carácter físico, dejaba tiempo al señor “para consagrarse él a la vida política o a la filosofía” , pero existía, al menos en teoría, una reciprocidad, pues también él esclavo viviría una vida digna y de acuerdo con sus cualidades e integrado en una familia. Igualmente, los habitantes de la utópica república de Platón habrían tenido un estatus muy superior al que Nietzsche concede a la masa, en cuanto quienes realizasen las tareas de producción de los bienes para el sustento de la república, dispondrían de medios y de tiempo para que, si lo desearan y tuvieran capacidad suficiente, pudieran tratar de alcanzar una formación más completa que les permitiera, en su caso, acceder a una clase social más alta. Sin embargo, aunque al igual que Aristóteles Nietzsche consideró natural la esclavitud, no dio al concepto de “natural” el sentido propio de la filosofía aristotélica, y no llegó a considerar al esclavo como parte de una familia, aunque quizá sí, de algún modo, como “propiedad” del señor o, en este caso, como propiedad del superhombre. Y así como Aristóteles pensaba en el beneficio recíproco que se daban mutuamente el señor y el esclavo, Nietzsche piensa exclusivamente en el beneficio del superhombre, que al igual que el señor, también se podrá dedi-car a las tareas más altas de la cultura, tareas para las que no juzga que el esclavo esté capacitado. Igualmente, por lo que se refiere al trato entre el superhombre y el esclavo, mientras Aristóteles considera que habrá una “recíproca benevolencia” entre señor y esclavo, Nietzsche sólo habla del “sacrificio de la masa”. Por ello, es evidente que Nietzsche no entendió de ese modo tan benigno la esclavitud que propugnaba, sino que lo único esencial para él era el advenimiento del superhombre . Con la pretensión de reducir a esclavitud a la gran masa de seguidores de la “moral de esclavos” -o de la humanidad entera, como dice en otro momento- debió de aspirar a que, de ese modo, la aristocracia quedase liberada de los trabajos meramente físicos, de forma que pudiera dedicarse a los asuntos más elevados de la cultura. Tiene interés recordar, por otra parte, que la esclavitud no había sido una institución tan alejada en el espacio y en el tiempo como la representada por la Grecia clásica. Tanto el pueblo de Israel como el cristianismo -y de manera especial el mismo Pablo de Tarso- defendieron esta institución de manera absolutamente clara, pero, a diferencia de Aristóteles, que integraba al esclavo en la familia como un miembro esencial, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento se considera la esclavitud como una institución de origen divino. Pablo de Tarso la presentó de un modo especialmente claro cuando escribió: - “Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenos con profundo respeto y con sencillez de corazón, como si de Cristo se tratara. No con una sencillez aparente que busca sólo el agrado a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios” . - “Todos los que están bajo el yugo de la esclavitud, consideren que sus propios amos son dignos de todo respeto […] Los que tengan amos creyentes, no les falten la debida consideración con el pretexto de que son hermanos en la fe; al contrario, sírvanles mejor, puesto que son creyentes, amados de Dios, los que reciben sus servicios” . En este último pasaje no sólo se habla de cristianos esclavos de señores no cristianos, sino de cristianos esclavos de otros cristianos, de forma que no sólo se defiende la idea de que el esclavo debe conformarse con su estado y obedecer a su señor sino también la idea de que el cristiano tiene derecho a ser señor y dueño de esclavos, a pesar de que se encuentre en posesión de seres humanos considerados como objetos de su propiedad, pues en eso consiste la esclavitud, en lugar de ver a los demás seres humanos como personas con la misma dignidad, a quienes, como indicaba Kant, se les tratase siempre como fines en sí mismos y nunca como simples cosas al servicio de otros hombres que pudieran hacer con ellos lo que quisieran. Hay que indicar, por otra parte, que las ideas de Pablo de Tarso no representaban una innovación, sino que se correspondían con las prácticas comunes que se mencionan en el Antiguo Testamento, que defiende la esclavitud a lo largo de innumerables pasajes, como, por ejemplo, en Levítico, donde se dice: “Los siervos y las siervas que tengas, serán de las naciones que os rodean; de ellos podréis adquirir siervos y siervas. También podréis comprarlos entre los hijos de los huéspedes que residen en medio de vosotros, y de sus familias que viven entre vosotros, es decir, de los nacidos en vuestra tierra. Esos pueden ser vuestra propiedad, y los dejaréis en herencia a vuestros hijos después de vosotros como propiedad perpetua. A éstos los podréis tener como siervos; pero si se trata de vuestros hermanos, los israelitas, tú, como entre hermanos, no le mandarás con tiranía” . Por otra parte, el hecho de que Nietzsche presentase como un particular “progreso” o como una “existencia superior” la relacionada con la “aristocracia” o el superhombre, pudo servirle para mostrar su simpatía por el advenimiento de un tipo de humanidad que se aproximase a ese ideal, respecto al que habría que objetar, como luego se verá, que considerase tal sacrificio como un progreso así como la incomprensible exigencia del sacrificio de gran parte de la humanidad para dar paso a la llegada del superhombre. 2. El “sacrificio” de la masa Respecto a la cuestión del “sacrificio” de la masa, escribe Nietzsche de manera inequívoca: “Mi exigencia: crear seres que estén muy por encima de la especie “hombre”: y a esta meta sacrificarme a mí mismo y al “prójimo” ” . En este pasaje Nietzsche habla de “seres que estén muy por encima de la especie hombre”, pero, teniendo en cuenta otros muchos pasajes, no hay que dar una interpretación literal al término “especie” en su sentido biológico más estricto y alejado de la “especie humana”, sino considerar que, con su uso, Nietzsche quiso exagerar a conciencia a fin de expresar la enorme distancia que debía de existir entre el superhombre, liberado de toda servidumbre, y la plebe, sometida a los antivalores de la moral de esclavos. El hecho de que en el pasaje anterior, cuando escribe “sacrificarme a mí mismo y al ‘prójimo’ ”, Nietzsche se incluya en el conjunto de quienes deberían sacrificarse o ser sacrificados resulta llamativo en cuanto en otros momentos, como el antes citado , se incluye a sí mismo en la clase de la aristocracia, es decir, la clase de los superhombres o de “aristocracia” para quienes el resto de la humanidad debería sacrificarse. Nietzsche no explica con claridad en qué debería consistir tal sacrificio y tampoco explica en ningún momento cómo tal sacrificio tan extraordinario iba a repercutir en el advenimiento del superhombre, pero parece que con tal sacrificio quería referirse a la necesidad de que todos, como siervos o como esclavos, se pusieran al servicio de este objetivo mediante aquellas tareas físicas que Aristóteles y el propio Nietzsche asignaban a los esclavos. Quizá Nietzsche expuso tal “exigencia” simplemente para llamar la atención de manera exagerada acerca de la superioridad que, desde su punto de vista, tendría el superhombre sobre la humanidad contemporánea en cuanto sería un auténtico “espíritu libre”, que habría superado el nihilismo y representaría la transvaloración de los “antivalores” decadentes del cristianismo, existentes desde hacía ya demasiados siglos, recuperando los valores representados por aquella nobleza antigua que había sido derrotada por la plebe y por los antivalores de la “moral de esclavos”, en cuanto amaría la vida y su eterno retorno, y, especialmente en cuanto permitiría que el superhombre pudiera dedicarse plenamente a las elevadas tareas científicas, artísticas y culturales, tan alejadas de las posibilidades de la masa. En cualquier caso, en Así habló Zaratustra Nietzsche realizó una constante apología del superhombre y manifestó con un entusiasmo muy llamativo el deseo de su llegada, pero dejó sin explicar qué necesidad había de sacrificio alguno –¡sacrificio incluso de la humanidad entera!- para propiciar dicha llegada, y qué beneficio iba a representar para para el conjunto de esa misma humanidad que se había de sacrificar Parece, tal vez, que, con su manera de presentar a este hombre nuevo, Nietzsche quiso llamar la atención acerca de la radical importancia de la transmutación de valores en la humanidad, pero es evidente igualmente que, en el mejor de los casos, exageró de manera absurda cuando defendió tales sacrificios. Por otra parte, no es preciso suponer que, con su referencia al sacrificio, se deba entender que su significado sea el de la “inmolación” de la masa sino sólo el de ser “utilizada” al servicio del superhombre, del mismo modo que Aristóteles había considerado la esclavitud como una condición necesaria para que, al ocuparse ésta de los tareas físicas de la casa familiar donde vivía, el cabeza de familia pudiera dedicarse a las actividades más nobles a que se podía aspirar, la “vida teorética” y la “vida política”. Del mismo modo, si se compara el punto de vista de Nietzsche con el que sostuvo Platón en La República, se observa que, mientras en Nietzsche la plebe debía sacrificarse o quedar esclavizada, en la república platónica las clases inferiores debían ocuparse de tareas relacionadas con el sostenimiento material del conjunto de la república y, por ello mismo, del de las clases superiores, para que éstas pudiesen ocuparse en especial del gobierno de la república y de su conducción hacia su máximo bien, pero no exclusivamente del bien de la clase dirigente sino del bien de todos sus ciudadanos, aunque la república platónica tenía entre otros, el grave inconveniente de su carácter totalitario y, en consecuencia, el de la pérdida de la libertad de los miembros de las clases inferiores. Además, consecuente con lo anterior, Platón defendió la posibilidad de un transvase de miembros de una clase social a otra, superior o inferior, según cuál fuese el nivel de cualidades y de preparación de cada miembro de la comunidad, a fin de que ocupase la clase social que le correspondiera y realizase las tareas propias de dicha clase . Nietzsche, sin embargo, sólo tiene presente el bien de los individuos mejor dotados, pero especialmente el bien del futuro “superhombre”, en relación con el cual el conjunto de la humanidad representa sólo un “medio”, un “instrumento”, que debe ser utilizado en favor del superhombre -o de la clase auténticamente aristocrática-. En cuanto no existía una moral absoluta, por lo mismo tampoco existía un Derecho que representase un límite a los deseos de nadie, con tal que tuviera la capacidad para llevarlos a cabo: El derecho del hombre a esclavizar a otros hombres no consistía en otra cosa que en su poder para hacerlo, tal como habían defendido Hobbes, Spinoza y el propio Nietzsche, al defender la equivalencia entre derecho y poder: El pensamiento social de Nietzsche estuvo muy condicionado por su personalidad, que le llevó a ocuparse obsesivamente de cuestiones filosóficas, psicológicas y culturales en general. Su sentimiento de soledad fue especialmente intenso a lo largo de su vida por su enorme dificultad para encontrar algún aliciente en las conversaciones triviales que podía observar a su alrededor. Esta soledad sólo la compensaba con su lectura, asimilación del pensamiento de los grandes pensadores de la historia y “diálogo” o monólogo con ellos. Y también con la riqueza de su vida interior, que dio como resultado su obra filosófica tan llena de importantes análisis, de observaciones, de críticas y de esperanzas en otra clase de humanidad que superase la vulgaridad y el modo de vida de la sociedad que le rodeaba, más cercana a lo estrictamente animal que a lo que, según él hubiera deseado, debería haber sido lo específicamente humano, y que fuera capaz de interesarse por la dimensión más profunda de la cultura y del arte, y por la búsqueda de la verdad. Es comprensible por ello y por otras circunstancias personales que Nietzsche no destacase en sus escritos por su preocupación en relación con los problemas políticos, económicos y sociales de los trabajadores, sino que, por el contrario, su pensamiento destacase por su radical elitismo, relacionado con su defensa de los valores de la “moral de señores”, y por su crítica a la forma de vida de la “plebe” y a su “moral de esclavos”, hasta el punto de haber dedicado a ella duras palabras con las que ponía de manifiesto su consideración despectiva o fría hacia esa parte de la sociedad y su punto de vista según el cual el destino de la plebe debería ser simplemente el de convertirse -o ser convertidos- en esclavos, poniéndose al servicio de la clase aristocrática. 3. El superhombre como progreso del hombre. Defensa de la eugenesia. Nietzsche consideró que el superhombre representaba un progreso, y en este sentido escribió: “la humanidad como masa sacrificada a la prosperidad de un tipo humano individual más fuerte sería un progreso…” . Igualmente en sus escritos póstumos, entusiasmado con la eugenesia, que implicaba la posibilidad de la mejora en las cualidades de la especie humana, escribió: - “Exterminio de los malogrados ― para esto es preciso emanciparse de la moral existente” . - “Principio: ser como la Naturaleza: ser capaz de sacrificar a innumerables seres con el fin de lograr algo con la humanidad” . Si no llegó a publicar estos pensamientos tal vez fue porque él mismo estuviera preocupado por las consecuencias teóricas que podían derivar de la desaparición de la moral en el caso de que no se dispusiera de otros principios o de otros fines que condujesen a unos resultados distintos a los que aquí llegaba. La defensa del sacrificio de la humanidad es claramente absurda, pues para cada ser humano lo prioritario es su propia vida y no existe argumento racional alguno por el que se pueda demostrar que la llegada del superhombre sea un progreso que merezca el sacrificio de la propia vida y mucho menos el de la humanidad en general. Algo distinto sería que tal sacrificio fuera una imposición realizada por la élite contra la masa, lo cual sí pudo ser una patológica obsesión en Nietzsche, pretendiendo la revancha de los señores contra los esclavos y confiando que en esta ocasión fueran los señores quienes triunfasen. Tratando de tomar en serio una afirmación tan absurda como ésta, que considera un progreso el sacrificio de la humanidad, hay que tener en cuenta que la calificación de una realidad como progreso debería relacionarse al menos con la existencia de un valor mayor en aquella realidad a la que se calificase como progreso que en la anterior de la que proviniese. Y no se trataría de un teórico bien mayor ideal sino de un bien mayor percibido por quien se supone que debería sacrificarse por esa nueva realidad. Pero ¿qué podría haber con mayor valor para cualquiera que la propia vida? Al margen de estas consideraciones tan simples, puede comprobarse que Nietzsche se contradijo de manera incomprensible al considerar que tal sacrificio representaría un progreso, pues, desde el momento en que, en La voluntad de poder, había proclamado que todo era de igual valor en cuanto todo estaba sometido al eterno retorno, cualquier estimación de una determinada forma de vida debería ser idéntica a la de cualquier otra, por lo que no tendría sentido hablar de una existencia superior, más allá de los gustos particulares de cada uno, por mucho que Nietzsche tratase de presentarse como un “nuevo precursor”, que, al estilo de Juan el Bautista, que anunciaba la llegada del “Mesías”, anunciase por su parte la llegada del superhombre y pretendiera “sacrificar” a la humanidad para dar paso a este superhombre, aunque se tratase de un hombre liberado de las cadenas del mítico dios cristiano y adornado con las cualidades que Nietzsche le atribuye, ya que finalmente, como todo lo demás, debía ser devorado por el eterno retorno. Por ello ciertamente, no sólo hay que decir que Nietzsche exageró en su consideración del sacrificio de la masa o de la misma humanidad para el advenimiento del superhombre como un progreso, sino que se contradijo a sí mismo en cuanto en otro momento y con mayor coherencia había escrito: “Nada de lo que acaece puede ser en sí reprobable; [...] toda vez que todo va de tal modo ligado a todo que querer excluir algo equivale a excluirlo todo [...] Si el devenir es un inmenso ciclo, todo es de igual valor, eterno y necesario” . Con estas palabras Nietzsche estaba diciendo que, en cuanto todo está enlazado de manera que cada momento del Universo es condición necesaria y suficiente del siguiente y en cuanto todo forma una sola cadena y una unidad absoluta en un eterno retorno, en sentido absoluto no puede decirse que haya algún eslabón que represente un progreso, si entendemos que el concepto de progreso implica que la situación que con él se alcanza tiene una valor superior al de la situación precedente en cuanto implique un estado definitivo, de auténtica superación de la situación anterior, pero el eterno retorno anula esta posibilidad en cuanto todo -y también el superhombre- estaría condenado a su eterna destrucción. Además, sería absurdo que la élite o el propio Nietzsche pretendiera que la masa o la humanidad se sacrificara voluntariamente por este objetivo, en cuanto ella no iba a obtener beneficio alguno sino, por el contrario, convertirse en “hombres incompletos, en esclavos, en instrumentos” o incluso perecer -según se interprete el sacrificio de que habla Nietzsche en diversas ocasiones-. Además, hay que tener en cuenta que el sacrificio de la masa estaría en contradicción con aquella voluntad de poder que impulsaría no sólo a la aristocracia sino también a la masa. En este sentido Nietzsche había escrito: “Dondequiera que encontrara vida, encontré la voluntad de poder; y aun en la voluntad del servidor encontré la voluntad de ser amo” . En este punto de vista, tan alejado del sentido común, Nietzsche manifiesta de manera muy clara, aunque sin nombrar-lo, su acuerdo con el egoísmo absoluto defendido por M. Stirner. Dicho egoísmo sería compatible con la pretensión por parte del superhombre o de la “aristocracia” de sacrificar a quienes fueran simplemente masa -o a la humanidad en general (!)- en cuanto su propia vida pudiera ser más plena y satisfactoria como consecuencia de tal sacrificio y en cuanto además tal sacrificio se repitiera eternamente como consecuencia del eterno retorno. Pero lo contrario habría que decir respecto al teórico progreso en la vida de la masa, pues su sacrificio podría ser útil para la llegada del superhombre, pero para ella en particular significaría un retroceso a condiciones de vida mucho más negativas que las que había tenido en una etapa anterior, y tal retroceso también se repetiría eternamente. Pero parece que, para Nietzsche, la masa -o la misma humanidad- no contaba nada a la hora de establecer qué era un auténtico progreso. Lo importante no era la masa sino el superhombre, la aristocracia, la élite. En este punto hay que resaltar el absurdo maniqueísmo de Nietzsche al contraponer de forma tan exagerada la élite con la masa, como si la élite tuviera un valor positivo mientras que el valor de la masa fuera negativo, a pesar de reconocer en el pasaje anterior que tanto la élite como la masa se conducen guiados por su respectiva voluntad de poder. ¿Qué pudo llevar a Nietzsche a considerar que el superhombre representaba un progreso? La creencia en ese supuesto progreso pudo haber estado relacionada con diversos motivos: -En primer lugar, por su constante sentimiento de soledad al estar rodeado de personas con quienes difícilmente hubiera podido dialogar de asuntos de interés filosófico, científico o cultural; -en segundo lugar, por su admiración hacia las personas especialmente capacitadas desde el punto de vista intelectual como las ya nombradas, con quienes se sintió especialmente identificado; -en tercer lugar, por su constante vivencia de encontrarse en medio de una sociedad hundida en los antivalores de la masa y muy alejada de los intereses culturales, artísticos y filosóficos que guiaron su vida, y por el deseo del triunfo de la aristocracia -o del superhombre- sobre la masa y su “moral de esclavos”. -Es muy posible también que en este punto de vista hubiese influido en él la idea de progreso, propia del siglo XVIII, en cuanto en dicho siglo el hombre tomó conciencia de la existencia de un progreso continuo a lo largo de la historia, progreso que se dio en muchos niveles y que representó un auténtico ascenso de la calidad de vida -por lo menos en Europa-. Además, tanto Hegel como Marx habían planteado el proceso de la historia como un progreso. En el caso de Hegel se trataba de un progreso en la toma de conciencia de lo Absoluto acerca de sí mismo, lo cual sucedía de manera plena cuando el espíritu, a través de la Filosofía, llegaba al nivel de la autoconciencia a través de la conciencia del hombre. Por su parte, Marx, desde su doctrina del materialismo histórico, defendió la tesis de que la sociedad sufría una serie de transformaciones de acuerdo con leyes necesarias que determinaban los sucesivos cambios en los modos de producción de los medios para su vida; estos cambios conducirían finalmente a la revolución proletaria contra el capitalismo y al establecimiento de una sociedad sin clases en la que el hombre dejaría de ser el sujeto paciente de su historia -considerada por Marx como “prehistoria”- para convertirse en el auténtico protagonista. Por su parte, parece que Nietzsche quiso buscar cierto progreso, pero no sólo el de carácter social sino el de la misma especie, aunque en sus planteamientos, a pesar de considerar que el hombre en general era un puente entre el animal y el superhombre, se refirió de forma especial al progreso de la élite cultural, para el cual consideró necesario el sacrificio de la masa o el de la misma humanidad. Era un punto de vista radicalmente contrario al de Marx, centrado en cuestiones económicas y laborales y en el proletariado, sino centrado en la problemática de la mayor o menor capacidad intelectual y cultural de los miembros de la especie humana, mostrándose especialmente interesado por la élite. -Y, finalmente, en su afirmación de esta doctrina tan absurda también debió de influir su conocimiento del evolucionismo de Darwin, en el sentido de considerar que, del mismo modo que se había producido una evolución que había dado lugar a especies cada vez más complejas y, finalmente, a la aparición del hombre como forma momentáneamente suprema de la evolución, ese mismo proceso evolutivo, impulsado conscientemente por el hombre, debía dar lugar a una variedad de hombre que superase la mediocridad de la mayoría de los seres humanos, especialmente por lo que se refiere a los antivalores propios del cristianismo y del budismo, dando paso a una aristocracia que se caracterizase por la creación de valores que afirmasen la vida, de manera que personalidades como la de Goethe no fueran la excepción sino la regla, en lugar de comprobar la existencia de una masa de seres humanos más próximos al animal que a esa élite dotada de cualidades que parecían pertenecer a seres de una categoría realmente excepcional, muy superior a la de la “plebe”. Podría tratarse de una “evolución biológica”, dirigida por la propia élite a través de mecanismos mejoradores de la especie, pero contrarios a las normas morales y costumbres vigentes, como el de la procreación programada entre hombres y mujeres especialmente dotados, física y psíquicamente, posibilidad ya planteada por Platón para su república. Escribe Nietzsche al respecto: “Los hombres extraordinarios deberían tener la oportunidad de procrear con varias mujeres; y las mujeres que tengan condiciones especialmente propicias no deberían por su parte quedar atadas al azar de un único hombre” . En aquellos momentos los mecanismos de la eugenesia comenzaban a surgir desde el punto de vista teórico gracias a Francis Galton, cuya obra Nietzsche conocía y valoraba , aun-que también se debería fomentar una “evolución cultural”, no generalizada al conjunto de la humanidad sino sólo aplicable a un grupo selecto de seres humanos: La especie humana había representado el ascenso máximo respecto al resto de las especies, pero el superhombre debía de representar un nuevo y definitivo ascenso respecto al hombre, el cual no era otra cosa que una… …“cuerda tendida entre el animal y el superhombre” . Sin embargo, esa visión jerárquica del evolucionismo sólo tenía un valor antropocéntrico, en cuanto todas las especies luchan por su propia supervivencia y cada una lo hace a su manera, pero al final todas tienen un mismo destino, por lo que no tiene sentido afirmar la superioridad de unas especies sobre otras sino sólo su diversidad, junto con la conciencia de que todas son el resultado necesario de la ciega evolución, por lo que, en un sentido absoluto, ninguna vale más que las otras ni representa un progreso respecto a las otras en un sentido absoluto, sino que sólo se caracterizan por su diversidad y por una mayor o menor complejidad de formas y de estructuras, que las leyes evolutivas han ido generando sin finalidad alguna, que sobreviven simplemente en cuanto de momento son aptas para la vida y, por ello, sin que tal diversidad tenga que ser considerada como un progreso, en cuanto el concepto de progreso no equivale al de esa diversidad o complejidad que se observa en la evolución de las especies sino que hace referencia a una mejora en la calidad y plenitud de su vida, mejora que en todo caso desaparece como consecuencia de la limitación de la vida de cualquier individuo de cualquier especie. El hombre podría proclamar con vano orgullo: “¡Somos la especie más inteligente!”, pero las aves podrían sentir -aunque sin poderlo decir-: “¡Qué felicidad tan grande la de nuestro vuelo en libertad!”. Ambas especies podrían sentirse satisfechas con sus respectivas cualidades, pero ninguna dispondría de argumentos para concluir que el pensamiento fuera superior al vuelo ni viceversa. Seguramente, si al ave le diéramos el pensamiento y le quitásemos el vuelo, moriría; y lo mismo le pasaría al hombre si le diéramos el vuelo y le quitásemos el pensamiento. En definitiva, las especies que sobreviven en la lucha por la vida no son ni las mejores ni peores en un momento dado, sino las que poseen cualidades por las que están mejor adaptadas al medio en que viven, pero ninguna cualidad es mejor o peor en sí misma, sino simplemente distinta de las otras. Hay que decir, por otra parte, que existen grandes diferencias entre la teoría y la praxis particular del propio Nietzsche, pues, aunque su teoría fue extremadamente dura con respecto a la masa, en la práctica vivió de manera moderada, en buena relación con todo tipo de personas. Escribe C.P. Janz en este sentido: “En las cartas de Paneth se encuentra por primera vez la descripción de la personalidad de Nietzsche en el trato con la gente, tal como lo confirman y alaban todos sus conocidos: conciliador, de tacto exquisito, sobre todo con las damas, porte tranquilo, completamente falto de pretensiones, firme convencimiento de su misión filosófica, pero sin petulancia alguna ni jactancia al hablar de ella, al contrario, un ser seductoramente modesto” . Es también significativo del modo de ser de Nietzsche que, cuando en Turín, en enero de 1889, se produjo su definitivo derrumbe mental, junto a un doloroso “ataque de compasión”, nada acorde con sus ideas contrarias a la compasión, se abrazase a un caballo que estaba sufriendo los malos tratos de su amo y -según se cuenta- le llamase: “¡Hermano mío!”. Por otra parte, si pensamos en la relación del supuesto progreso de que habla Nietzsche con el eterno retorno, parece que, en los momentos en que se entusiasmó con la idea del superhombre, olvidó la inevitable decadencia de cualquier momento del ciclo del eterno retorno, pues, aunque tuviera cierto sentido que concediera a cada instante un valor eterno como consecuencia de su eterna repetición, olvida que, del mismo modo, todo estaría condenado a su eterna destrucción, ya que el eterno retorno sólo podía producirse a partir de la destrucción de cualquier formación impulsada por la voluntad de poder, y así, el progreso de que habla Nietzsche, referido incluso al advenimiento del superhombre, no podría ser considerado como auténtico progreso en cuanto tal ascenso vital no era definitivo y ése fue precisamente el motivo de que escribiera la frase ya citada: “Si el devenir es un inmenso ciclo, todo es de igual valor, eterno y necesario”, que resulta contradictoria con su afirmación de que la llegada del superhombre constituiría un progreso, pues en cuanto ésta estaría sometida, como todo, a su destrucción en el proceso del eterno retorno, no tendría un carácter definitivo, a diferencia del punto de vista de los pensadores del siglo XVIII, que entendieron que había un progreso real en la humanidad en la misma medida en que entendían el tiempo como un vector rectilíneo hacia el futuro, pero sin imaginar nada como el eterno retorno, que implicase el fracaso de cualquier supuesto progreso. Tal vez Nietzsche pudo haber considerado que el eterno retorno confería al superhombre un valor eterno, en cuanto del mismo modo que todo se destruía, todo se recuperaba eternamente, de forma que, del mismo modo que había aconsejado… …“¡debes vivir de manera que no puedas menos que desear la repetición de tu vida –que de cualquier forma la habrá!” , igualmente pudo haber deseado un futuro a la humanidad que desembocase en la aparición del superhombre como plenitud del hombre, juzgando que, aunque tanto la humanidad como el superhombre hubiesen de desaparecer en determinado momento de cada ciclo cósmico, igualmente habían de reaparecer eternamente en la serie infinita de ciclos posteriores. Pero, aun en ese caso, lo que no tenía sentido era presentar al superhombre como un ideal que todos debieran compartir, en cuanto, si había algún beneficio, era sólo para el superhombre, pero no para la masa que debía sacrificarse o ser sacrificada. Igualmente, por lo que se refiere a la relación entre el supuesto progreso y la voluntad de poder, Nietzsche sólo tuvo en cuenta su primer concepto de la voluntad de poder, entendido como fuerza exclusivamente integradora, que, en efecto, habría servido para justificar en cierto modo su creencia en tal progreso en cuanto todavía no había tenido en cuenta la doctrina del eterno retorno y su aspecto destructivo. Tiene cierto interés, por otra parte, señalar que mientras en Así habló Zaratustra Nietzsche se refiere al superhombre sin asociar dicho personaje consigo mismo como un ejemplo de tal futura realidad -pues habla del sacrificio de la masa, pero también del sacrificio de sí mismo-, sin embargo, en Más allá del bien y del mal se incluye a sí mismo en el conjunto de “almas aristocráticas” -o de “superhombres”- con derecho a someter y a esclavizar a quienes pertenecieran a la masa. Escribe en este sentido: “...de la esencia del alma aristocrática forma parte el egoísmo, quiero decir, aquella creencia inamovible de que a un ser como “nosotros lo somos” tienen que estarle sometidos por naturaleza otros seres y tienen que sacrificarse a él” . Por cierto, la expresión “tienen que”, equivalente a “deben”, suena a esa “moralina” que en tantas ocasiones criticó, y no sé me ocurre qué otro sentido podría tener... tal vez el de expresar sus deseos con mayor intensidad, pero no sería acertado confundir los “deseos” con supuestos “deberes”. Es evidente que a partir de la desaparición de la moral abso-luta, cualquier opción vital era legítima, “todo estaba permitido” -como diría Iván Karamazov-, y parece que Nietzsche quiso lle-gar a las últimas consecuencias, al menos desde el punto de vista teórico y asumiendo un egoísmo absoluto -expresado abiertamente en la cita anterior-, que pasaba por alto que, de hecho, aunque el ser humano sea un lobo para el hombre, no parece serlo hasta tal punto de que se plantee seriamente la esclavización o el sacrificio de la humanidad para la consecución de ningún ideal y mucho menos de un ideal tan problemático como lo sería el de ese fantástico “superhombre”, tan valorado desde la electrizada sensibilidad de Nietzsche. Resulta sorprendente comparar estas ideas acerca del superhombre con aquel ideal humanitario de Aurora, de 1881, no tan lejano en el tiempo. ¿Pudo influir en su manera de pensar el trauma que le supuso el rechazo de Lou Salomé? ¿Sentimiento, tal vez, de haber sido traicionado por Lou y por su amigo Paul Rée? ¿Comenzaba ya entonces su enfermedad a mostrar sus pri-meros síntomas al nivel de estos escritos? Es una cuestión que tal vez los biógrafos podrían investigar, pero la verdad es que ese cambio de pensamiento fue abismal y difícilmente explica-ble desde la simple coherencia lógica. Su misantropía llegó en aquellos momentos al máximo extremo. Estaba solo, pero ade-más necesitaba estar solo: En una carta de Nietzsche, hablando de su visita a la universidad de Basilea en 1884, dice: “Basilea, o mejor mi intento de revivir el viejo trato de antaño con los basileos de la Universidad ―me ha agotado profundamente. Un papel y un disfraz tales cuestan ahora demasiado a mi orgullo. ¡Mil veces mejor la soledad! ¡Y, si ha de ser así, perecer solo!”. . 4. El deber de aspirar al advenimiento del superhombre No obstante y a pesar del atractivo que pueda tener la idea del superhombre para la superación del nihilismo, para la libera-ción respecto a los antivalores de la “moral de esclavos”, y por la decisión que implica de conducir la propia vida no desde valores impuestos sino desde valores propios, conviene no olvidar que Nietzsche llega a proponer -e incluso a exigir- el deber de aspirar al advenimiento del superhombre, a cuyo cumplimiento llega a exhortar de manera obsesiva en Así habló Zaratustra. Pero, como ya he dicho, este punto de vista, reflejado en los pasajes anteriores, es indudablemente criticable por diversos motivos, entre los cuales se encuentra el de ser contradictorio con su afirmación de que “no existen fenómenos morales”, ya que en dichos pasajes introduce conceptos, como el de deber, que pertenecen al ámbito de la moral, y, por ello, sólo podría haber afirmado la superioridad de una forma de vida sobre la otra desde una perspectiva estética personal y subjetiva, pero no desde esa perspectiva moral que parece defender al contraponer la forma de vida del que tiende a la meta del superhombre a la del que meramente goza de la existencia sin plantearse ningún ideal que implique sacrificios tan absurdos como el del propio hundimiento. Hay ocasiones en que Nietzsche utiliza expresiones relacionadas con prohibiciones o deberes, con lo noble o con lo vil, con repudiar al que meramente goza, o, en definitiva, términos con un contenido moral, tales como “superior”, “merecer”, “tener que”, “deber”. Así sucede cuando escribe: - “es superior la voluntad de hacer”, - “¡debemos tener una meta por la cual amarnos unos a otros!”, - “¡todas las otras metas merecen ser destruidas!” , - “...el alma aristocrática comporta el egoísmo, es decir, esa inconmovible creencia de que a un ser como “somos nosotros” otros seres tienen que estar naturalmente subordinados y obligados a sacrificarse” , y - “no es mi problema qué reemplazará al ser humano: sino qué tipo de humano se debe elegir, se debe querer, se debe criar como tipo más valioso... , pero es evidente que tales pronunciamientos son ejemplos de contradicciones, pues no es lo mismo aspirar a algo por simple deseo o satisfacción personal que tender a ello por el sentimiento de una obligación o de una imposición que nadie sabe de dónde provendría y que, además, el propio Nietzsche había criticado en muy diversas ocasiones, llegando a la conclusión de que no existía ningún deber. Por ello mismo, su extrema consideración según la cual “la humanidad como masa sacrificada a la prosperidad de un tipo humano individual más fuerte sería un progreso…” carece de sentido dentro de su filosofía en cuanto, una vez superada la moral del deber, sólo queda el querer individual, y en cuanto se contradice con su afirmación de que, teniendo en cuenta el eterno retorno, que todo lo relativiza, todo es de igual valor. Sin embargo, parece que el querer de Nietzsche, por lo menos en esos momentos y desde consideraciones aparentemente racionales, pudo llegar a desear el sacrificio de la masa, en cuanto se sentía oprimido por ella, por su mediocridad, por sus antivalores, por su defensa de la igualdad de todos los hombres, a pesar de las enormes diferencias existentes entre quienes pertenecían -según su punto de vista- a la chusma rencorosa y quienes eran espíritus libres, que vivían valientemente desde sus propios valores y decisiones. En favor de tales espíritus libres, muy próximos a aquel ideal del superhombre y a gran distancia de la masa, había escrito: “Cuanto más arriba nos elevamos, más pequeños parecemos a los que no saben volar” . Sin embargo, este punto de vista no parece justificado de ninguna manera, pues del mismo modo que, aunque la flor parezca representar el máximo esplendor y belleza de una plan-ta, sin embargo, el conjunto de la planta, desde las raíces a las hojas, ha sido la condición necesaria que ha propiciado la germinación de la flor, ésa que al cabo de unos días estará marchita aunque genere nuevas plantas que seguirán sin ser fines en sí mismas sino simples eslabones en la cadena evolutiva y en la larga cadena del eterno retorno en el que la disgregación del todo representa a la vez el comienzo de un nuevo ciclo de integración. Por otra parte, cuando Nietzsche llega a proclamar: “¡Hace falta que los hombres superiores declaren la guerra a la masa!” , el motivo de esta exhortación consiste en que, así como la moral de esclavos había triunfado y su victoria había implicado el sometimiento de los nobles al antivital sistema de valores de la chusma, de la masa inepta e incapaz de valorar los auténticos productos del espíritu, sistema de valores dominante en la sociedad, Nietzsche soñaba con un nuevo enfrentamiento entre la élite y la masa, con la esperanza de que en esta ocasión se produjera el triunfo de la élite. Con estas palabras Nietzsche manifestaba su desprecio y su propio resentimiento, el mismo que había atribuido a los esclavos respecto a los nobles, resentimiento provocado en su caso por el hecho de que los esclavos habían triunfado frente a los nobles, lo cual pudo haber repercutido de algún modo en la soledad por la que se sintió acompañado a lo largo de su vida. Y, por ello, ante tal situación, se rebeló manifestando de manera desmedida la necesidad del sacrificio de la masa o la necesidad de la guerra contra ella a fin de que se impusieran definitivamente los valores aristocráticos. No obstante, no era necesario que Nietzsche llegase a un rencor tan profundo, ya que todo estaba ligado por la necesidad. Tenía mucho más sentido la actitud aristotélica considerando al esclavo como miembro de una familia que dirigía su vida, en cuanto él era incapaz de hacerlo, y que de este modo, con sus tareas de carácter físico, contribuía al bienestar de esa familia de la que él formaba parte esencial, mientras que su señor natural, el padre de familia, contribuía al bienestar del esclavo con su protección e integración en la familia -al margen del realismo o la quimera que hubiera en las consideraciones aristotélicas acerca de esa esclavitud-. Pero el argumento más decisivo en contra de aquellas expresiones y juicios de Nietzsche, lo había presentado él mismo cuando escribió: “Si el devenir es un inmenso ciclo, todo es de igual valor, eterno y necesario” , pues tal consideración implicaba la conexión e interdependencia de cualquier aspecto de la realidad con todos los demás, de manera que la afirmación de cualquiera de ellos implicaba la aprobación de todos los demás, en cuanto todos eran condiciones a partir de las cuales aparecía aquel que habíamos amado, mientras que, a su vez, este último era condición necesaria de todos los demás en los anteriores y en los siguientes ciclos del eterno retorno, pues todos eran interdependientes. Finalmente y como ya he indicado, en estos pronunciamientos en contra de la masa y en favor del superhombre pudo influir en una medida considerable no sólo la influencia del evolucionismo de Darwin, que abría las puertas a la evolución de la especie homo sapiens, sino también la del control de dicha evolución desde la eugenesia, ciencia que surge a partir de los estudios de Francis Galton (1822-1911), quien consideró que las técnicas de selección y cruce, usadas en la ganadería, podían ser utilizadas igualmente para la mejora de la humanidad. Parece que la idea del sacrifico de la humanidad se le va de la cabeza en 1887, después de La genealogía de la moral; al menos deja de aparecer en las obras posteriormente publicadas. 5. Hedonismo y deber En diversas ocasiones Nietzsche criticó a los filósofos ingleses que defendieron el hedonismo utilitarista , pues le pareció inadmisible y decepcionante la búsqueda de la felicidad o del placer por sí mismos, como si el ser humano fuera un simple animal que no tuviera otra finalidad en su vida que el placer -o la felicidad- en lugar de aspirar a un ideal más valioso. En relación con esta cuestión escribió: a) “La ‘felicidad’ como meta no lleva a ninguna parte, ni aun la felicidad de una comunidad. De lo que se trata es de alcanzar una multiplicidad de ideales, de tipos superiores [...] Es superior la voluntad de hacer, por encima de nosotros, por conducto de nosotros, así sea a través de nuestro hundimiento” . b) “El sentir noble veda que seamos simples gozadores de la existencia ─se rebela contra el hedonismo─: ¡queremos realizar algo a cambio de ella! ─En cambio la masa cree fundamentalmente que se tiene derecho a vivir de balde, ─he aquí su vileza” . c) “¡Deben repudiarse todos los que meramente gozan!” Pero de nuevo Nietzsche se contradice en cuanto vuelve a utilizar expresiones propias de aquella moral que había critica-do, pero también en cuanto defiende que para cualquier individuo debe existir algo más valioso que su propia felicidad , al margen de donde se encuentre ésta. Nos enfrentamos aquí a un pseudoproblema que se resuelve mediante una simple clarificación del significado de los términos utilizados: Si entendemos por felicidad el estado de mayor bienestar posible, entonces es evidente por definición que no puede haber un bienestar mayor que el de la felicidad, por lo que, en principio, la crítica de Nietzsche a cualquier forma de eudemonismo estaría equivocada. Sin embargo, Nietzsche entiende por felicidad: -“—El sentimiento de que el poder ha vuelto a crecer, — de que una resistencia ha vuelto a quedar superada. No satisfacción, sino más poder; no paz ante todo, sino más guerra; no virtud, sino vigor (virtud al estilo del Renacimiento, virtù, virtud sin moralina)” . Este concepto de felicidad tiene en Nietzsche un sentido parecido, aunque sólo lejanamente, al que tuvo en Aristóteles, quien entendía la felicidad no como un estado sino como una actividad, la de carácter intelectual, que se correspondía con la esencia del hombre y era la actividad más noble a que el hombre podía aspirar . Unido a dicha actividad, se producía, como consecuencia de ella, el disfrute de un placer puro. Por su parte Nietzsche defiende que el hombre aspira a diversos objetivos y que en dicho afán subyace su voluntad de poder como tendencia a la superación, y, como consecuencia de haber alcanzado tal objetivo, surge en él la satisfacción o el placer correspondiente. Pero, en contra de los utilitaristas, como Stuart Mill, le repugna la idea de que se busque directamente la felicidad o el placer por el placer, y considera que lo prioritario debe ser la búsqueda de un objetivo o de un ideal que, a su manera, sería una manifestación de la voluntad de poder. Ahora bien, este punto de vista sólo puede tener valor desde una perspectiva estética, que tiene valor subjetivo, pero nunca desde una perspectiva moral, que es la que Nietzsche llega a adoptar en esta crítica a los utilitaristas, pues, si “no hay fenómenos morales” y si “todo es de igual valor”, no tiene sentido realizar una crítica de carácter moral como la que hace cuando utiliza los calificativos “noble” o “vil” para referirse a quienes pretenden “vivir de balde”. Por ello mismo, cuando dice: “¡Deben repudiarse todos los que meramente gozan!” , tal rechazo es incoherente con sus constantes críticas a la moral, pues, en definitiva, depende de la naturaleza de cada uno qué forma de vida sea la que le proporcione la mayor felicidad. Si uno la encuentra en vivir bien, sin necesidad de hacer nada más que disfrutar de la vida, será eso lo que tratará de hacer, mientras que quien la encuentre en perseguir determinados objetivos será esa actividad la que tratará de realizar, pero tanto el primero como el segundo buscarán la felicidad, al margen de cuál sea el objetivo en que la encuentren, tanto si lo es el placer, buscado directamente, como si lo es la búsqueda de un ideal cuya consecución le proporcione la ansiada felicidad. En cualquier caso, Nietzsche se sitúa en la órbita de Aristóteles, para quien la felicidad consistía en una actividad ―la actividad racional (theoría)-, y en contra del utilitarismo inglés por haber defendido el valor intrínseco de la felicidad −identificada con el placer− sin que ésta tuviera que ser una consecuencia de determinada actividad encaminada a la consecución de un objetivo o de un ideal. En relación con esta cuestión Nietzsche estaba otorgando un valor especial a su propia forma de entender la vida, pero no tenía más motivos para tal valoración que los que se puede tener para valorar la forma de vida de un león por encima de la de una tortuga, es decir, la mayor afinidad que podamos sentir con cualquiera de ellos y, por lo tanto, algo de carácter meramente subjetivo. Por otra parte y de acuerdo con Nietzsche en cierto matiz de de la cuestión, parece que, por el modo de ser de la naturaleza humana, cualquier grado de felicidad o de satisfacción proviene de una actividad por la que el hombre pretende alcanzar determinado objetivo, mientras que, por ser contrario a dicha naturaleza humana, nos resulta difícil imaginar una vida meramente pasiva, que vaya acompañada de una vivencia de felicidad o de una satisfacción plena y permanente. No obstante, es una incongruencia con sus principios más constantes que Nietzsche defienda la existencia de cierta forma de deber de esforzarse por alcanzar determinado ideal, así como otras afirmaciones igualmente incongruentes con sus escritos más acertados. ¿Desde qué perspectiva podía defender la existencia de unos ideales superiores a otros, si al mismo tiempo había defendido el determinismo y el Eterno Retorno, que implicaban la necesidad de todos y cada uno de los sucesos, férreamente unidos entre sí, como condiciones los unos de los otros? Además, si él mismo había juzgado que todo era de igual valor como consecuencia de su necesidad, era una contradicción juzgar al mismo tiempo unos ideales como superiores a los otros. Por este mismo motivo carecen de fundamento y son realmente absurdas las afirmaciones realizadas con esta misma finalidad en Más allá del bien y del mal, donde considera que “a la sociedad no le es lícito existir para la sociedad misma”, sino sólo como base para un ser superior, escribiendo en este sentido: “Lo esencial en una aristocracia buena y sana es […] que acepte […] con buena conciencia el sacrificio de un sinnúmero de hombres, los cuales, por causa de ella, tienen que ser rebajados y disminuidos hasta convertirse en hombres incompletos, en esclavos, en instrumentos. Su creencia fundamental tiene que ser cabalmente la de que a la sociedad no le es lícito existir para la sociedad misma, sino sólo como infraestructura y andamiaje, apoyándose sobre los cuales una especie selecta de seres sea capaz de elevarse hacia su tarea superior y, en general, hacia un ser superior” , pues, desde el momento en que afirma que todo es de igual valor, se contradice al pretender que existe el deber de sacrificarse en favor de aquéllos que representan a una “aristocracia buena y sana”. ¿Por qué “a la sociedad no le es lícito existir para la sociedad misma”? Y, si todo es de igual valor, ¿qué sentido tiene seguir hablando de “un ser superior”? Si previamente había negado el valor de la moral así como el carácter absoluto de cualquier valor, nada podía justificar expresiones como las que hacían referencia a una “existencia superior”, un “ser superior”, un “tipo más valioso”, ni a la expresión “no le es lícito”, la cual supondría la existencia de una autoridad o un misterioso principio moral (!!!) a partir del cual quedase establecida la superioridad o el valor de cualquier hombre, o la licitud o ilicitud de cualquier acción. Quizá estaba tan convencido del valor de su ideal que llegó a verlo no sólo como un objetivo o una aspiración personal, sino que consideró al superhombre o a esa “aristocracia buena y sana” como un arquetipo de hombre con valores tan admirables, que todos debían colaborar para su advenimiento como máxima aspiración. Pero, como ya he indicado, su consideración de que todo tenía igual valor, así como su negación del valor de la moral y su defensa de la necesidad con que todo sucede eran incompatibles con la pretensión de plantear cuestiones como qué tipo de humano “se debe” elegir, “se debe” querer o “se debe” criar como tipo más valioso... , así como prejuzgar que hubiera tipos humanos que fueran más valiosos en un sentido absoluto. Por ello, Nietzsche hubiera sido más coherente consigo mismo si se hubiera conformado exclusivamente con manifestar sus simpatías y preferencias, pero sin pretender imponerlas desde ese punto de vista moral contradictorio con sus propias críticas anteriormente realizadas. Por otra parte, en cuanto admiraba lo natural, lo espontáneo y lo instintivo, propios de la moral de señores, por lo mismo sentía una antipatía especial hacia todo lo que mostrase algún signo de debilidad, como sucedía con la plebe, con su moral de esclavos inspirada en el resentimiento y en el rechazo a los valores de la vida terrena. Nietzsche consideró que los esclavos habían triunfado como consecuencia de su astucia y de su número, muy superior al de los fuertes, que además tendían a separarse unos de otros. Pero, frente a tal triunfo momentáneo de los débiles, no sólo puso de manifiesto su simpatía hacia los señores, los fuertes, los veraces, sino que siguió considerando que los valores de los fuertes eran superiores en un sentido absoluto a los de los esclavos, vencedores de los señores, y mantenía la esperanza de que en algún momento los señores triunfasen sobre los esclavos. Ese triunfo anhelado podría estar representado por la llegada del superhombre. Pero, si podía tener sentido que Nietzsche manifestase su simpatía hacia aquéllos a quienes consideró nobles, sin embargo no lo tenía considerarlos como el ideal absoluto que todos debieran enaltecer y buscar hasta el punto del propio sacrificio, del mismo modo que, desde el punto de vista biológico tampoco lo tendría considerar al león como superior a la gacela o a cualquier otra especie, pues simplemente son diferentes y no existe un criterio por el que, a partir de la posesión de determinadas cualidades, pueda deducirse que cualquier especie sea superior a las demás en un sentido absoluto y que, en consecuencia, surja el deber de sacrificarse para conseguir el triunfo de la especie que las posea. No obstante, sí tiene sentido la consideración de que hay tareas, tanto a nivel científico, como artístico y cultural, para cuya realización sólo una pequeña parte de la humanidad tiene las cualidades apropiadas y que, en cuanto tales tareas se las considera especialmente útiles para la vida humana, eso podría determinar la correspondiente valoración positiva de aquellos que fueran capaces de realizarlas, del mismo modo que, por el propio interés, valoramos los conocimientos y la habilidad del piloto que dirige el avión en que viajamos. Pero evidentemente no tiene nada que ver tal valoración con el “sacrificio” de la masa o de un “sinnúmero de hombres”, que, según Nietzsche, debían convertirse en “hombres incompletos, en esclavos, en instrumentos”. 6. Crítica de la igualdad A partir de la revolución francesa de 1789, con el lema “libertad, igualdad y fraternidad”, la masa y diversas agrupaciones políticas, como demócratas, socialistas y comunistas, que para Nietzsche eran organizaciones de la masa, defendieron y proclamaron la idea de la igualdad de los hombres. Si nos fijamos en los tres ideales de la revolución francesa, podemos darnos cuenta de que ninguno de ellos se ha cumplido. Es cierto que existe igualdad, pero según para qué cosas y para qué personas, y según para qué pueblos y para qué situaciones. Hay libertades teóricas que, si uno trata de llevarlas a la práctica, se juega la vida, a no ser que tenga protectores con poder político. De hecho, ha habido muchas muertes como consecuencia de haber pretendido disfrutar de la libertad en sus diversas vertientes. Respecto a la igualdad sucede algo parecido, pero en este caso parece, de acuerdo con Nietzsche, que no hay argumentos para defender la igualdad, pues el hecho objetivo es que, aunque todos coincidimos en que somos seres humanos y en ese sentido somos iguales, no parece que exista nada más en lo que coincidamos ni siquiera entre gemelos “idénticos”, pues somos diferentes, tanto en nuestros caracteres físicos como psíquicos -que también son físicos-. Parece que en la revolución francesa de 1789 se pedía una igualdad de carácter básicamente económica y laboral, pues las diferencias económicas entre la realeza, la nobleza y el clero frente al pueblo llano eran abismales y tal situación provocó la reacción explosiva del pueblo exigiendo la igualdad. Y en tercer lugar el lema de la revolución exigía la fraternidad, pero este ideal era el más imposible de conseguir, pues la fraternidad es un sentimiento y sobre los sentimientos no se manda. Se tienen o no se tienen. Además, si hubiera existido un auténtico sentimiento de fraternidad entre los seres humanos, habría conducido, si no a la igualdad, sí a una situación de solidaridad espontánea entre los seres humanos, de manera que no habría pobreza en el mundo, ni existirían naciones separadas por fronteras, pues todos compartiríamos la riqueza del planeta. Por su parte, Nietzsche estuvo en total desacuerdo con el ideal de la igualdad y en este sentido se expresó en diversas ocasiones, reflejando pensamientos como los siguientes: - “¡Hombres superiores, aprended esto de mí: en el mercado nadie cree en hombres superiores. Y si os empeñáis en hablar allí, sea en buena hora; pero la plebe guiñará el ojo y dirá: ¡todos somos iguales! ¡Hombres superiores! –asegura la plebe, haciendo guiños-, ¡no existen hombres superiores! Todos somos iguales, y un hombre vale lo mismo que otro. ¡Ante Dios –todos somos iguales!”. Ante Dios. Mas ese Dios ha muerto ya. Y ante la plebe nosotros no queremos ser iguales, ¡Hombres superiores, alejaos de la plaza del mercado!” : Resulta curioso que fueran los cristianos quienes llegasen a defender, según señala Nietzsche, la idea de que “ante Dios todos somos iguales”, pues en la misma Biblia se dice que “la mujer es la maldad” y que “los varones son hijos de Dios”, mientras que “las mujeres son hijas de los hombres”. Y lo más sarcástico del asunto es la enorme desigualdad existente en esa iglesia que predica la igualdad: La jerarquía, por una parte, llena de lujos y de riquezas materiales, y el redil de los incautos fieles, por otra, viviendo en la miseria en espera de “otra vida mejor”. - “Cuanto más llega a prevalecer el sentimiento de unidad con los semejantes, en tanto mayor grado los hombres se nivelan y tienen toda diferencia por inmoral. Así se forma, necesariamente, la arena humana: todos muy igualitos, muy pequeñitos, muy puliditos, muy tratables, muy aburridos” : Nietzsche debió de sentir muy hondamente esa situación que es realmente frecuente: El diferente suele ser discriminado, tanto si lo es por motivos de discapacidad como si lo es por lo contrario, y, en ese caso, mucho más, y no por lástima sino por envidia disfrazada de reproche “al que no se integra”, pues le resulta difícil integrarse con los mediocres, aunque comprenda que éste no tiene culpa de serlo. - “Precisamente la convicción fundamental de que lo que yo hago no debe ni puede hacerlo ningún otro […] esta convicción fundamental es la causa del distanciamiento aristocrático, porque las masas creen en “igualdad” y, por ende, en compensación y “reciprocidad” : Y es así. Es otra prueba de que la supuesta igualdad, proclamada y deseada por los mediocres, es realmente inexistente, sin que esto tenga por qué significar ningún tipo de discriminación para los mediocres, a pesar de que ellos sí tienden a discriminar a quienes no son como ellos. -“Los hombres no son iguales: así habla la justicia” : Conclusión evidente de todo lo anterior. -“¡vosotros, predicadores de la igualdad! ¡Tarántulas sois para mí, y vengativos ocultos! No quiero ser mezclado ni confundido con esos predicadores de la igualdad. Pues la justicia me dice: “Los hombres no son iguales” ” . El modo de ser de los mediocres, su carácter vengativo contra quienes destacan, se ha podido ver especialmente en la forma de actuar de la Inquisición, asesinando a quienes han pensado de manera distinta a la de quienes seguían las doctrinas de la iglesia, pero también en la indiferencia o en la incomprensión respecto a los grandes representantes de la cultura en todos los niveles. “Yo enseño que hay hombres superiores y hombres inferiores y que eventualmente un solo individuo justifica la existencia de milenios enteros, es decir, un hombre cabal pletórico, grande, íntegro, con respecto a innumerables hombres fragmentados, incompletos” . Aquí el punto de vista de Nietzsche es acertado al afirmar la existencia de “hombres superiores” en cuanto por ese concepto entendamos a aquéllos que han demostrado con su obra científica, artística, filosófica o literaria su categoría superior a la de quienes simplemente vegetan o se ganan la vida con un trabajo mecánico y rutinario. No obstante, no se puede establecer comparación de ninguna clase respecto al valor de los de una clase con respecto a los de la otra, teniendo en cuenta que el propio Nietzsche ya indicó que, a partir del eterno retorno, todo era de igual valor, y teniendo en cuenta además que los mediocres son la base necesaria sobre la cual pueden desarrollarse los que destacan por sus capacidades. - “Cuanto más arriba nos elevamos, más pequeños parecemos a los que no saben volar” : También es evidente que los grandes genios suelen pasar desapercibidos o incluso tenidos por locos, en cuanto el interés y la capacidad de comprensión de los mediocres suele ser igualmente mediocre. -“La música buena nunca tiene “público”: nunca es, nunca puede ser “pública”; pertenece a “los escogidos” ” : Los mediocres se sienten felices cuando se reúnen en grupos muy numerosos para participar en lo que llaman “festivales musicales”, que tienen muy poco de musicales y muy mucho de masa que disfruta de sentirse arropada por la masa. Y, efectivamente, nunca se ve que se reúnan cien mil mediocres para disfrutar escuchando un concierto de Mozart o de Beethoven, o para asistir a la conferencia de un gran científico. -“¡Hace falta que los hombres superiores le declaren la guerra a la masa!” : En este momento Nietzsche estaba teniendo presente que en el ya remoto enfrentamiento entre la nobleza y la plebe ganó la plebe, y estaba ansioso por otro nuevo duelo en el que finalmente ganase la nobleza aristocrática y estableciera los auténticos valores, superadores del nihilismo, frente a los antivalores de la plebe. Como complemento de esta serie de reflexiones ante la contemplación de la realidad en que vivía y ante su intensa vivencia de soledad, Nietzsche cita una frase de Chamfort como reflejo de su propia situación, en la que la misantropía aparece como consecuencia de la decepción sufrida en relación con su amor al ser humano: “ “Quien a los 40 no es un misántropo es que jamás ha amado a los hombres” solía decir Chamfort” . Por motivos como los expresados, Nietzsche critica la idea de la igualdad entre los seres humanos, pues, aunque es evidente la existencia de la desigualdad en el terreno de las cualidades físicas de los seres humanos, desde los planteamientos de la moral de esclavos, se afirma que “ante Dios todos somos iguales”, pasando por alto o incluso negando las diferencias existentes, tanto físicas como psíquicas, y al margen de cuál sea su causa. Por ello, del mismo modo que el punto de vista platónico acerca de la existencia de diferencias en los seres humanos que le llevaron a establecer las tres clases sociales de su utópica república fue acertado, igualmente lo fue el de Nietzsche al señalar esas mismas diferencias. Pero, ¿qué repercusiones podría tener el reconocimiento de las diferencias existentes entre los seres humanos? Evidentemente tal reconocimiento no tiene por qué implicar la creación o la supresión de derechos especiales, pero, en resumidas cuentas y aunque la masa pueda escandalizarse, pues para eso es masa, hay que reconocer que Nietzsche tenía razón al reconocer la existencia de la desigualdad entre los seres humanos, al margen de que este reconocimiento no vaya a tener efectos prácticos. Por otra parte, Nietzsche no defendió una aristocracia de carácter plutócrata, sino la relacionada con la existencia de diferencias de inteligencia y de sensibilidad que determinaban la mayor o menor capacidad para comprender y valorar las grandes creaciones científicas y culturales humanas. Hay pocas personas capaces de crear o de valorar adecuadamente las obras de los grandes pintores o escultores, del mismo modo que hay pocas personas capaces de realizar o de valorar las importantes creaciones músicales, o de comprender o de interesarse por las teorías actuales científicas y filosóficas, como las relacionadas con el Universo, y pocos que tengan interés por conocer las grandes obras de la literatura universal. Pero lo más triste de todo por lo que se refiere a la mediocridad de la masa no es su incultura, sino su desprecio o su indiferencia por la cultura. El problema con el que Nietzsche se enfrentaba no derivaba de la existencia de la mediocridad en sí sino del hecho de que el número de mediocres, “la arena humana”, era tan elevado que llevaba al conjunto de la sociedad en general y a los dirigentes políticos en particular a defender sus mediocres valores y a dejar en la oscuridad los más altos valores de quienes destacaban de manera notable por su capacidad intelectual, por su sensibilidad estética, o por su capacidad para crear o para apreciar las diversas aportaciones de las artes y de las ciencias. Esta situación debió de influir en él a la hora de sentirse alejado de la masa, llegando incluso a despreciarla (“las moscas del mercado”), aunque fue evidentemente absurdo que su “sentimiento de la distancia” le llevase a plantear el sacrificio de la masa, su inmolación o el de una parte de ella para propiciar la llegada del superhombre, como cuando escribió: “Yo enseño que hay hombres superiores y hombres inferiores y que eventualmente un solo individuo justifica la existencia de milenios enteros, es decir, un hombre cabal pletórico, grande, íntegro, con respecto a innumerables hombres fragmentados, incompletos” . Parece increíble que Nietzsche llegase a defender el sacrificio de la masa con total convicción, hasta el punto de que da la impresión de que su intención al utilizar tales expresiones tan exageradas pudo ser simplemente la de llamar la atención acerca de lo insoportable que se le hacía vivir en medio de una mediocridad regida por los antivalores de la “moral de esclavos”, pues en la sociedad en que él vivía los valores de la masa eran los dominantes, mientras que los valores “nobles”, relacionados con la cultura en general, estaban muy lejos de ser aceptados por la masa. Tal situación le condujo a rebelarse y a defender los valores “nobles” y a defender, en definitiva y de manera desmedida, ¡la llegada del “superhombre” o el de una “aristocracia” a la que la masa debía sacrificarse, convirtiéndose en su esclava! 7. La soledad y el superhombre En el capítulo primero he hecho referencia a algunos escritos de Nietzsche en los que considera que el hombre veraz, el espíritu libre necesita la soledad para escapar de los aparentes oasis de quienes viven una vida alejada de la verdad y buscando simplemente una comodidad animal. Pero Nietzsche no buscó la soledad, sino que simplemente constató que la compañía con la masa perjudicaba su deseo de avanzar en la búsqueda del conocimiento y, por eso, en diversas ocasiones habló de la soledad en términos positivos, a pesar de la dureza que representaba esa vida en soledad. Tal vez la soledad de Nietzsche, a la que en diversas ocasiones hizo referencia, al no encontrar apenas auténticas personas afines a él en su valoración de la música, de la filosofía y de la cultura en general, con quienes poder intercambiar pensamientos y puntos de vista acerca de las cuestiones que a él le absorbían, pudo influir en cierta medida en su anhelo de que el superhombre se convirtiera en auténtica realidad. Acerca de esa soledad y en contraposición con la actitud de la masa frívola y superficial, representada por el “mercado” y por los “moscas venenosas” de Así habló Zaratustra, escribe con amargura, pero a la vez con satisfacción por la paradójica compañía de la soledad: “Donde la soledad acaba, allí comienza el mercado, y donde el mercado comienza, allí comienzan también el ruido de los grandes comediantes y el zumbido de las moscas venenosas. [……………….] Todo lo grande se aparta del mercado y de la fama: apartados de ellos han vivido desde siempre los inventores de nuevos valores. Huye, amigo mío, a tu soledad: te veo acribillado por moscas venenosas [………………] ¡Huye a tu soledad! Demasiado has vivido ya entre los pequeños y mezquinos. ¡Huye de su venganza invisible!” . O también: “Oh, soledad, patria mía, soledad! He habitado demasiado tiempo como salvaje, en salvajes tierras extrañas, para que no retorne a ti con lágrimas. […………………] ¡Oh, Zaratustra, todo lo sé! Especialmente sé que tú, uno solo, has estado más abandonado entre las multitudes, mucho más de lo que lo estuviste a mi lado. Una cosa es abandono y otra es soledad. ¡Esto lo has aprendido ahora! Y también que entre los hombres serás siempre extraño y salvaje: extraño y salvaje aun cuando te amen. ¡Pues lo que quieren ante todo es que se les trate con indulgencia! [……………….] Oh, soledad, patria mía, soledad! ¡Cuán dulce y tiernamente me habla tu voz!” . Y, desde una referencia más directa y menos literaria y metafórica a dicha soledad, escribe el solitario de Sils-María: “…la soledad es entre nosotros una virtud, como sublime inclinación e impulso a la limpieza que adivina que el contacto con los hombres –“la vida en sociedad”- inevitablemente ensucia. Toda comunidad “envilece” de algún modo, en alguna parte, tarde o temprano” . En cualquier caso hay que insistir en que afirmaciones como la relacionada con el sacrificio por la llegada del superhombre sólo sirven, si acaso, para mostrar la enorme dificultad o, más exactamente, la imposibilidad que Nietzsche sintió a lo largo de su vida para relacionarse con la masa, con la gente superficial, ocupada apenas en poco más que en su mera subsistencia física, sin apenas intereses culturales, de manera que se sintió siempre muy alejado de la mayoría de seres humanos, con la excepción de algunas personas de su entorno cultural, sufriendo de una intensa soledad que pudo llevarle a desear el advenimiento de seres humanos escogidos, como lo sería el anhelado superhombre. Tanto las condiciones de vida de Nietzsche, relacionadas especialmente con su mala salud, con la soledad en que sintió que transcurría su vida, y sus propias cualidades, tan alejadas de las de la masa que pudieron influir en su decisión de vivir alejado en una modesta pensión de Sils-María, en los Alpes suizos, fueron provocando su “pathos de la distancia”, su sentimiento de lejanía respecto a la gran mayoría de seres humanos, que, desde su punto de vista, vivían una vida alejada de los valores nobles, y su sentimiento de pertenecer a una élite de personas especialmente dotadas de inteligencia y de sensibilidad que le permitían vislumbrar realidades inimaginables para la masa. El conjunto de estas circunstancias formó los ingredientes a partir de los cuales la vida de Nietzsche estuvo sumida, como él mismo declara , en una constante y profunda soledad, a pesar de las “amistades” con las que trató de superar este sentimiento de profundo aislamiento. Según escribe Safranski, “Con anterioridad, el 11 de noviembre [de 1887], [Nietzsche] había expresado: “Ahora tengo cuarenta y tres años a mis espaldas y todavía me encuentro igual de solo que en mi infancia” Por otra parte y a pesar de las palabras de Nietzsche en favor del sacrificio de la masa, conviene distinguir entre sus palabras y su vida. Sus palabras habían sido evidentemente duras contra la masa, pero su vida, por el contrario, fue la de una persona respetuosa con los demás, tanto con las personas de cierto nivel cultural como con quienes pudieran pertenecer a la masa. Incluso, como ya he señalado, llegó a sentir cierta preocupación por la clase trabajadora, proponiendo como solución su emigración a América para que fuera dueña de su destino en lugar de seguir siendo “tornillos de una máquina”. 8. El superhombre y el nazismo hitleriano En algunas ocasiones se ha llegado a considerar, aunque sólo sea por quienes tienen un conocimiento muy superficial del pensamiento de Nietzsche, que su concepto del superhombre hacía referencia a hombres del tipo de la antigua raza aria, a la que menciona en diversas ocasiones como ejemplo de raza noble, con su conducta espontánea, impetuosa y libre, comportándose desde valores propios y no sometidos a supuestos deberes objetivos, en contraposición a los plebeyos o “esclavos”. Sin embargo, el superhombre, aunque compartiría sus valores, al menos en parte, con aquella “raza aria” y con otros pueblos, representa más un ideal para el futuro que una nostalgia del pasado. Según el propio Nietzsche, los alemanes de su tiempo nada tenían que ver con aquella raza, respecto a la cual, al igual que respecto al imperio romano, manifestó su admiración por su forma de vida realizada desde la libertad más absoluta y desde el desprecio a cualquier norma que frenase sus impulsos espontáneos, agresivos y dominadores, similares a los que pudiera sentir cualquier animal predador. En la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX, el tiempo de Nietzsche, hubo ya una considerable tendencia a ensalzar a este país desde un chauvinismo exagerado, que quedó plasmada en agrupaciones como la Asociación Pangermánica, antecesora del posterior partido nazi hitleriano. A dicha asociación y como un personaje de cierta relevancia perteneció Bernhard Förster, cuyo matrimonio con Elisabeth, la hermana de Nietzsche, éste desaprobó, manifestando en diversas ocasiones su antipatía hacia la ideología antisemita. En relación con esta ideología se creó el himno alemán, que tenía como uno de sus versos “¡Alemania, Alemania, sobre todo!”, que fue utilizado también como consigna. En relación con ella escribió Nietzsche: “es quizá la consigna más estúpida que haya existido jamás” . Además, lejos de ser un fanático defensor de todo lo alemán, Nietzsche criticó duramente y en diversas ocasiones a sus compatriotas, a quienes en cierto momento definió como “obediencia y piernas largas” y a quienes criticó también por su exagerada afición a la cerveza. También dijo de ellos: - “Los alemanes son perezosos y de ahí el que prefieran adaptarse a un modelo, se ahorran el tener que pensar” . - “…desde hace casi mil años este pueblo [Alemania] se ha venido entonteciendo paulatinamente; en parte alguna se ha hecho un uso más vicioso de los dos grandes narcóticos europeos: del alcohol y el cristianismo […] ¡…cuánta cerveza hay en la inteligencia alemana!” . Tiene interés también hacer referencia al sentimiento de Nietzsche respecto a sus orígenes, pues, lejos de mostrarse orgulloso de sus ascendientes alemanes, lo estaba de sus posibles ascendientes polacos, convencido incluso hasta el punto de llegar a escribir: “…me parece que en lo esencial sigo siendo polaco”. En efecto, escribe Nietzsche: “Me han contado que el origen de mi linaje y de mi nombre se retrotrae a unos nobles polacos que se llamaban Niëtzky, que hace unos cien años abandonaron la casa y el título […] Lo que en mí haya de sangre alemana proviene únicamente de mi madre, de la familia Oehler, y de la madre de mi padre, de la familia Krause, pero me parece que en lo esencial sigo siendo polaco” . De hecho cuenta también que en múltiples ocasiones los polacos con quienes se encontraba lo saludaban como a un polaco por su fisionomía. Por otra parte, Nietzsche no tuvo inconveniente alguno en renunciar a su nacionalidad prusiana (alemana) para adoptar la suiza, lo cual habría sido impensable en alguien que hubiese pretendido enaltecer a su pueblo de manera fanática, al margen de que también y a pesar de sus críticas afirmase su amor por Alemania. Además, a pesar de sentir especial admiración por Goethe y también en determinados momentos por A. Schopenhauer y por R. Wagner y, a pesar de sentir un afecto natural hacia su patria alemana, llegó a lamentar haber escrito en alemán su obra Así habló Zaratustra en cuanto tal detalle pudiera servir de excusa para que se interpretase su pensamiento como un apoyo a las aspiraciones imperialistas de los gobernantes alemanes: “El hecho de que esté escrito en alemán es, por lo menos intempestivo; desearía haberlo escrito en francés, para que no aparezca como apoyo de algún tipo de aspiración imperial alemana” . Por quien Nietzsche mostró su admiración en diversos momentos no fue por los alemanes sino precisamente por los judíos, a quienes tanto odio manifestó el partido nazi y contra quienes tantos actos de barbarie realizaron antes y durante la segunda guerra mundial. No obstante, también criticó a los judíos del pasado, pero no por otro motivo sino porque consideró que habían sido los creadores de la “moral de esclavos”, basada en el resentimiento, y porque, a través del judío Pablo de Tarso especialmente, habían creado el cristianismo, con su carácter igualmente nihilista, negador de los valores de la vida y basado en el resentimiento contra los señores, quienes habían sido dotados por la Naturaleza de una fuerte vitalidad que les había llevado a afirmar el valor de la vida terrena y a vivir sin someterse a otro valor o a otra norma que no fuera la de sus propios deseos. Como ejemplo de pueblo especialmente valioso en la historia de la humanidad Nietzsche manifestó su admiración no por Alemania sino por el Imperio Romano, pueblo organizado que conquistó y estructuró una gran parte de los pueblos de Europa y del norte de África, que habían vivido de un modo mucho más primitivo y desorganizado. El motivo principal por el que en diversas ocasiones se haya interpretado su pensamiento como precursor del nazismo se encuentra especialmente en la actitud de su hermana, quien, aprovechando el estado de absoluta postración de Nietzsche durante sus últimos años de vida, sumido ya en la locura, no tuvo escrúpulos en introducir una serie de cambios de tendencia pronazi en la obra no publicada de su hermano. Con posterioridad se descubrió este falseamiento de sus escritos, y a raíz de este descubrimiento se realizaron estudios detallados a fin de conocer qué era lo escrito realmente por Nietzsche y qué era una corrección o un falseamiento introducido por su hermana. Estos estudios dieron finalmente como resultado la publicación, en los años sesenta del pasado siglo, de una nueva edición de las obras de Nietzsche a cargo de Mazzino Montinari y de Giorgio Colli, eliminando de ella las lamentables falsedades introducidas por su hermana. Y, por lo que se refiere a la hipótesis de que su doctrina acerca del superhombre tuviera algo que ver con una supuesta raza aria que fue luego absurda e infructuosamente investigada por los ideólogos del nazismo, es evidente que tal concepto no tuvo nada que ver con ese ridículo interés del fanatismo nazi, a pesar de que la obsesiva idea de Nietzsche de favorecer la llegada del superhombre le condujese a defender el sacrificio o la esclavización de la masa, según se ha podido ver en capítulos anteriores, y a pesar de que este “ideal” del superhombre pudo influir de algún modo en que se interpretase su pensamiento desde una perspectiva muy alejada de las ideas de Nietzsche. Por ello, hay que evitar cualquier interpretación racista, nacionalista o antisemita de su pensamiento, pues son muchas las ocasiones en las que abiertamente Nietzsche se pronunció en contra de las tendencias indicadas. Así, por lo que se refiere al racismo y al nacionalismo, se pronunció de manera explícita en contra de tales ideologías y en favor de una unión europea, de la que fue en cierto modo precursor, de acuerdo con pasajes como los siguientes: - “Los hombres sin patria somos demasiado múltiples y heterogéneos en punto a raza y origen, en cuanto “hombres modernos”, y en consecuencia no estamos dispuestos a participar de la mendaz y narcisista autoadmiración racial que se exhibe hoy día en Alemania como signo de “alemanidad” [...] En una palabra — ¡y que sea nuestra “palabra de honor”! — somos buenos europeos” . - “Me agradaría [...] que Europa se vea, al fin, obligada [al igual que Rusia] a volverse igualmente peligrosa, es decir, a aunarse, por obra de una casta nueva, ama de Europa, en una voluntad única, una denodada y terrible voluntad propia capaz de fijarse metas a través de milenios; —para que se acabe, por fin, la larga comedia de su fragmentación en Estados y también de su fragmentación en voluntades dinásticas y democráticas” . - “A causa del divorcio morboso que la locura nacionalista ha establecido, y establece todavía, entre los pueblos de Europa, también a causa de los políticos miopes y precipitados que con su ayuda dominan hoy día la escena y no tienen la menor idea de que la política de desunión que practican es forzosamente tan solo una política de entreacto [...] se pasan por alto o se interpretan de una manera antojadiza y mendaz signos absolutamente inequívocos de que Europa quiere unificarse” . De manera más concreta y en relación con el nacionalismo el punto de vista de Nietzsche fue, pues, inequívocamente crítico y expresamente favorable a la unidad de Europa, pretendiendo, eso sí, para Europa una hegemonía mundial. En este sentido podría decirse que Nietzsche sí defendió un cierto nacionalismo, pero no el nacionalismo alemán sino el nacionalismo europeo. Escribe en relación con esta cuestión: - “el nacionalismo, esa enfermedad e insensatez más reñida con la cultura que darse pueda, esa névrose nationale [neurosis nacional] de que está aquejada Europa, esa perpetuación de la fragmentación del continente en un mosaico de pequeños estados, de la política mezquina; han despojado a la propia Europa de su sentido, de su razón, la han metido en un callejón sin salida…” . - “Estamos en medio del peligroso carnaval del delirio de las nacionalidades, donde toda fina razón se ha escabullido y la vanidad de los más groseros pueblos perdidos grita por sus derechos de existencia separada y de soberanía...” . En definitiva, resulta evidente que, en relación con los nacionalismos de pequeños estados o regiones europeas, Nietzsche tuvo una mente muy clara y los criticó en diversas ocasiones, tanto desde reflexiones de carácter general como en referencia a la propia Alemania y sus regiones. Desde un planteamiento general escribió: “Es sabido que ciencia y sentimiento nacional son términos contradictorios” . Respecto a estas breves palabras, hay que decir que efectivamente desde una perspectiva científica no hay argumento ninguno que sirva para apoyar a los nacionalismos, sobre todo cuando analizamos los argumentos con que los nacionalistas suelen defender tales doctrinas, que tienen como base el Rh sanguíneo, la lengua hablada o los supuestos orígenes inmemoriales de sus habitantes, aunque en el fondo y de manera más o menos consciente, sea la mayor riqueza económica de la correspondiente región separatista el argumento principal -aunque no reconocido- por el que se defiende su independencia o su superioridad sobre otras regiones, en cuanto se considere que sus habitantes, separados del resto, vivirían mejor-. En relación con el nacionalismo escribe Nietzsche: “Cuanto más definida está la unidad orgánica […] tanto más fuerte será su odio a lo extranjero. La simpatía por los que pertenecen a la comunidad y el odio por el extranjero crecen juntos” . Aquí la perspicacia de Nietzsche acierta plenamente en cuanto es un hecho fácilmente observable que cuanto más unidos se sienten quienes apoyan un sentimiento nacionalista, más fácilmente crece en ellos el odio contra el diferente o simplemente contra quien piensa de manera distinta. Y, si se quiere un simple ejemplo real y no muy lejano, no hay más que recordar el de Hitler y todo lo sucedido en Alemania gracias a su locura nacionalista y racista. Por otra parte y en cuanto el nacionalismo racista de Hitler iba unido a un militarismo extremo, tiene interés reflejar el punto de vista de Nietzsche, quien acerca de esta cuestión escribió: “Llegará el día en que el pueblo de los ejércitos más victoriosos decida la supresión del ejército” Refiriéndose al nacionalismo de diversas regiones de la propia Alemania, Nietzsche se lamentaba igualmente a causa de esta doctrina tan absurda: - “En ese momento [año 1815] cayó de pronto la noche sobre el espíritu alemán, que hasta entonces había tenido un día prolongado y alegre: la patria, las fronteras, el terruño, los ancestros — todo tipo de estrecheces comenzaron de pronto a reivindicar sus derechos” . Y ya, en su propia época, le resultó fácil ver lo absurdo y ridículo que resultaba la exaltación patria, como si tuviera sentido que cualquier pueblo se creyera el centro del universo y como una realidad tan especial que no pudiese convivir en paz con los demás pueblos: “No somos lo bastante estúpidos para entusiasmarnos por el principio de “Alemania por encima de todo” o por el Reich alemán” . Por lo que se refiere a su actitud respecto a los judíos, Nietzsche manifestó con absoluta claridad su admiración hacia ese pueblo, así como la consideración y apoyo a la idea de que los judíos deseaban sentirse aceptados e integrados en Europa. Criticó, por ello, a los antisemitas y llegó incluso a pedir su “destierro”. Sin embargo, hay que matizar lo anterior señalando que en otros momentos, como ya he indicado al hablar de la “moral de esclavos”, Nietzsche fue especialmente crítico con los judíos y es posible que sus duras críticas con respecto a la religión y a la moral procedentes de los judíos ayudase en cierta medida a que se malinterpretase su pensamiento, considerándolo equivocadamente como racista. En ese sentido y en relación con la moral judía, escribió: “Todo lo que se ha hecho sobre la tierra contra “los nobles”, “los poderosos”, “los amos”, “los gobernantes” es muy poca cosa en comparación con lo que han hecho contra ellos los judíos, ese pueblo sacerdotal que sólo ha sabido vengarse de sus enemigos y opresores, en definitiva, invirtiendo radicalmente los valores de éstos, es decir, mediante un acto de venganza de lo más espiritual. [...] Los judíos han sido quienes en un alarde de pasmosa consecuencia osaron invertir la ecuación valorativa aristocrática (bueno = aristocrático = poderoso = hermoso = feliz = grato a Dios) y defendieron su inversión con encarnizamiento de odio frenético, proclamando: “¡únicamente los miserables, los pobres, los impotentes, los humildes son los buenos; únicamente los atribulados, los agobiados, los enfermos, los feos son los piadosos y gratos a Dios, y serán los únicos que gozarán de la eterna bienaventuranza; —en cambio vosotros, los nobles y poderosos, sois para siempre los malignos, los crueles, los concupiscentes, los insaciables, los impíos, y hasta la consumación de los siglos seréis los réprobos, los maldecidos y condenados!”... Sabido es quién ha recogido la herencia de esta inversión judía de los valores... [...] con los judíos se inicia la sublevación de los esclavos en la moral...” . Sin embargo, desde una perspectiva no moral sino sólo hablando de los judíos como pueblo, el punto de vista de Nietzsche fue de una profunda admiración, tal como queda de manifiesto en el siguiente pasaje: “...los judíos son, hoy por hoy, la raza más fuerte, tenaz y pura en Europa; saben sobrevivir bajo las condiciones más adversas [...] Es innegable que los judíos, si quisieran -o si se los forzaba, como parecen proponérselo los antisemitas-, podrían asegurarse ya ahora el predominio, y aun literalmente el dominio sobre Europa, como lo es, por otra parte, que no aspiran, no hacen planes, para tal objetivo. Por ahora, muy al contrario, quieren y desean [...] ser absorbidos, asimilados en Europa, por Europa; ansían verse por fin firmemente arraigados, admitidos y respetados en alguna parte y poner término a su existencia trashumante, al ‘judío errante’”. Debiera prestarse atención y apoyo a esta tendencia y aspiración [...], para cuyo fin sería quizá conveniente y natural desterrar a los gritones antisemitas. Debiera facilitarse la asimilación de los judíos” . Lo que sí se puede decir de Nietzsche es que tuvo un pensamiento exageradamente elitista, pues no sólo señaló la existencia de dos tipos de moral, la moral de señores y la moral de esclavos, sino que habló ampliamente de la existencia de dos tipos de personas claramente diferenciadas, los “nobles” –los señores- y la “plebe” –los esclavos, la masa-, y se pronunció abiertamente en favor de los “nobles”, defendiendo además –como Aristóteles- la idea de que los “esclavos” debían realizar las tareas necesarias para que los “nobles” pudieran cumplir con su propia misión, relacionada con la cultura -la filosofía, el arte, la ciencia y la política, tareas para las que la plebe –“los esclavos”- no estaba preparada, ni convenía que lo estuviera, tanto por el bien de la “plebe” como, sobre todo, por el bien de los “nobles”, pues, según escribe Nietzsche en relación con esta cuestión, “En realidad, los sufrimientos y privaciones aumentan con el crecimiento de la cultura del individuo; las capas inferiores son las más obtusas; mejorar su situación significa: hacerlas más aptas para el sufrimiento. […] Si la necesidad y el refinamiento de una formación cultural superior se infiltran en la clase trabajadora, entonces ésta ya no podrá realizar ese trabajo sin sufrir de una manera desproporcionada. Un obrero formado hasta ese punto aspira al ocio y no se limita a reivindicar un alivio de su trabajo, sino la liberación del mismo, es decir: quiere endosárselo a otro. Podría pensarse tal vez en una satisfacción de sus deseos y en una importación masiva de poblaciones bárbaras de Asia y África, de forma que el mundo civilizado tuviese permanentemente a su servicio al mundo no civilizado, y de esta manera se considerase propiamente la incultura como motivo forzoso de servidumbre” . Estas palabras de Nietzsche pueden parecer duras y crueles contra la plebe, pero pensemos en que, de hecho, dentro de la sociedad actual el trabajo más o menos especializado requiere de una formación que determina que los mejor preparados y más aptos intelectualmente tengan tales trabajos y una remuneración bastante superior a la de quienes se ocupan de tareas sencillas y que exigen un bajo nivel de formación. Esta realidad económico-laboral no parece muy distinta de la que Nietzsche propone. Sin embargo, a diferencia del punto de vista de Platón sobre estos trabajos y sobre la permeabilidad de las clases sociales de su utópica república, Nietzsche no se planteó como algo positivo la formación cultural de la masa trabajadora, que podría servirle para cambiar su estatus laboral, sino que, por el contrario, sólo pensó que dicha formación podría perjudicar a la clase trabajadora en cuanto sólo sería causa de sufrimiento para dicha clase, pues, en relación con esta cuestión, pensó que la vida de un esclavo con un nivel cultural alto sería mucho más dura que si estaba simplemente adaptado al trabajo rutinario de cada día, como aquellas “hormigas laboriosas” de que había hablado en referencia a los posibles trabajadores chinos que podrían sustituir a los trabajadores europeos que emigrasen a América. Nietzsche no se planteaba la opción de que el proletario dejase de serlo para ascender a un trabajo de categoría superior. Todo lo más aceptaba que emigrase para que dejase de ser “tornillo de una máquina”, pero que las tareas correspondientes fueran realizadas por inmigrantes de bajo nivel cultural procedentes de Asia o de África, llegando a considerar la incultura como “motivo forzoso de servidumbre”. Igualmente y en relación con la formación de la infancia y de la juventud, y como una consecuencia de su elitismo, no fue partidario de generalizar los estudios para todas las personas y clases sociales sino que, a diferencia de Platón, defendió un sistema de clases absolutamente separadas, llegando a condenar de manera egoísta a la clase trabajadora a permanecer eternamente en su bajo estatus económico-laboral, al margen de cuáles fueran sus capacidades para ascender a una clase más acorde con tales capacidades, a fin de que la élite siempre dispusiera de esclavos: “...si se quiere esclavos [...] no se los ha de educar para señores” , Consecuente con el punto de vista manifestado en el pasaje anterior, pero de manera más dura, según escribe R. Safranski, Nietzsche estuvo en contra de las medidas que se planteaban en Basilea para mejorar la vida de los trabajadores, como la reducción de la jornada laboral de doce a once horas diarias, y apoyó igualmente el trabajo infantil. Sin embargo, defendió que las condiciones laborales del trabajador fueran soportables , defensa que estaba en contradicción con aquellas medidas que no apoyó y que podrían haber hecho algo más soportables tales condiciones. Posiblemente el ambiente de su época así como el de su vida, alejada del conocimiento directo de la vida tan miserable del proletariado del siglo XIX, centrada en sus propios problemas de salud y en su vocación por cuestiones filosóficas y culturales de otro tipo, así como su exagerado elitismo le impidieron ponderar adecuadamente cómo eran en realidad esas condiciones de vida de los trabajadores, y tal desconocimiento pudo condicionar en una medida importante su falta de sensibilidad respecto a este problema tan grave, aunque, por otra parte, su elitismo pudo conducirle a creer que el trabajador no debía hacer otra cosa que trabajar, de manera que, teniendo cubiertas sus necesidades básicas elementales, no cayese en la tentación de tratar de salir de su estatus laboral de “esclavo” al servicio de los “nobles”. ABREVIATURAS DE OBRAS CITADAS DE NIETZSCHE A: Aurora AC: El Anticristo BM: Más allá del bien y del mal CS: El caminante y su sombra EH: Ecce Homo GC: La gaya ciencia GM: La genealogía de la moral HH: Humano, demasiado humano ID: La inocencia del devenir (Tomo V de Obras completas de Nietzsche, Ed. Prestigio, B. Aires, 1970). OI: El ocaso de los ídolos OT: El origen de la tragedia VM: Sobre verdad y mentira en sentido extramoral VP: La voluntad de poder Z: Así habló Zaratustra FP: Fragmentos póstumos. Ed. Tecnos, Madrid, 2008. SPM: Sabiduría para pasado mañana. Antología de fragmentos póstumos (1869-1889); Ed. Tecnos, Madrid, 2009. Nietzsche: Obras completas: Ed. Prestigio, Barcelona, 1970.